Pese a las difíciles circunstancias que ha tenido que enfrentar, Esteban Moctezuma, secretario de Educación Pública, ha estado a la altura del desafío que ha supuesto el Covid-19. Hoy día, 85 millones de niños y adolescentes se benefician con el programa Aprende en Casa; la televisión por cable llega a 7.5 millones; las televisoras estatales alcanzan a 5.9 millones, y 7.3 millones toman clases vía internet. No es el mejor modelo, es cierto, y la calidad deja mucho que desear en algunos casos, pero hay que celebrar el esfuerzo de las autoridades educativas.
Mientras la SEP se encarga exitosamente de impulsar el cambio de modalidad educativa, de presencial a distancia, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) no está ociosa: mantiene un bloqueo tras otro para exprimir al erario. Los integrantes de la Coordinadora podrán no saber español y matemáticas, pero sí saben chantajear. Zapatero, a tus zapatos.
Cada vez son más las familias que, en México, están considerando no inscribir en la escuela a sus hijos hasta que pase la crisis del Covid-19. Lo mismo piensan muchos estudiantes universitarios que ya no están dispuestos a perderse lo mejor de las clases presenciales: la posibilidad de hacer amigos e iniciar su red de contactos profesionales. La educación en línea, que tanto prometía, ha dejado ver muchas de sus deficiencias.
En El fin siempre esta cerca, de Dan Carlin (Debate), y en El día después de las grandes epidemias, de José Enrique Ruiz-Domènec (Taurus), los autores nos hacen ver que, tras algunas epidemias devastadoras, surgió un mundo mejor. A la peste negra, que en el siglo XIV acabó con las dos terceras partes de la población europea, por ejemplo, siguió el Renacimiento y la Ilustración. Venga lo que venga tras el Covid-19, la escuela y la educación misma tendrán que reinventarse. ¿Estaremos en México a la altura del desafío?
Sí por México es un movimiento que reúne a unas 400 organizaciones de la sociedad civil (ONG’s) y que pretende ser interlocutor con el gobierno federal. Una de las primeras exigencias de sus dirigentes, entre quienes se encuentran Gustavo de Hoyos y Claudio X. González Guajardo, fue que en el ámbito educativo se incluya el concepto “garantía de calidad en la educación”, así como que se incluya la evaluación, nuevamente, en el artículo 3° de la Constitución. De nada sirve construir escuelas y contratar maestros, piensan, si la educación es de mala calidad y nadie evalúa lo que se enseña.
Si hemos de creer a Yuval Noah Harari, sólo harán falta dos destrezas para enfrentarnos al futuro: la capacidad para adaptarnos y para mantener la estabilidad emocional ante los sucesivos cambios. “Si antes la educación podía compararse con una casa de piedra, dotada de cimientos profundos y paredes resistentes, ahora debe asimilársele a una casa de campaña que se pueda doblar, desdoblar e instalar donde haga falta”, ha declarado el académico israelí. Dado que nadie sabe qué profesiones se requerirán para 2030 —y menos aún en 2040—, hay que estar preparados para todo.
Ante el auge de las redes sociales, son muchos los educadores y políticos que consideran que las escuelas deberían enseñar a los niños y a los jóvenes a utilizarlas con un enfoque crítico. El célebre filósofo Gilles Lipovetsky da un doble consejo: “Dado que la escuela tiene un papel prioritario para combatir las fake news y toda aquella información que suscita el odio contra otros, debe enseñar que hay fuentes más confiables que otras y, también, a comparar los datos antes de dar por hecho lo que aparezca en un blog”. Si en México conseguimos hacer esto, incluso a través de la radio y la televisión, habremos dado un paso gigante en la materia.
Estados Unidos ha inaugurado diversos programas de aulas sin muros para que se impartan clases presenciales aun en tiempos de Covid-19. Jardines, parques y patios lo permiten. La National Covid-19 Outdoor Learning Initiative es un documento que deben revisar maestros, alumnos, padres de familia y autoridades en México.
Algo no está funcionando en las escuelas de Francia, han advertido distintos observadores, a raíz de la violencia que han practicado algunos jóvenes musulmanes que se formaron en ellas. El profesor francés decapitado y las tres personas acuchilladas en Niza —todo esto en octubre—, sin contar a los exalumnos del sistema educativo francés que en 2015 perpetuaron la matanza de Charlie Hebdo, revelan que la homogenización cultural no se está dando bien: “Los niños no están asimilándose”, declaró Hakim El Karoui, investigador del Instituto Montaigne, de París.
Si hemos de creer a Amartya Sen, el célebre economista indio que ganó el Premio Nobel en 1998, no es creando escuelas confesionales como se logrará la integración cultural en Europa. Inaugurarlas implica aceptar que el único rasgo que debe considerarse al determinar la identidad de una persona es la religión. En un país como Pakistán, añade, hay muchas formas de entender el islam. ¿Cómo puede Inglaterra, por ejemplo, abrir una escuela “musulmana” para los hijos de las familias migrantes de ese país? ¿Enseñarán islam sunnita o islam chiita? El auténtico multiculturalismo exige fusión, integración y no una “federación” donde convivan muchos grupos.
Según el World Economic Forum, que toma cifras de la OCDE y de PISA, los países que mejor están capacitando a sus niños para enfrentar el futuro —ciencia, lectura y matemáticas como parámetros— son, en este orden, China, Singapur, Estonia, Japón, Corea del Sur y Finlandia.
De acuerdo también con el World Economic Forum, cada 1.53 dólares que se invierten en la educación de las niñas reditúa 2.80. En pleno siglo XXI, suponer que una mujer no debe tener acceso a la educación —y hay muchos países que así lo piensan aún— resulta un despropósito. Existen 130 millones de niños en edad de ir a la escuela que no lo hacen en todo el mundo, ya sea por matrimonios forzados, embarazos prematuros, violencia sexual… o por tradiciones.
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