En su ensayo Cuidado con el carisma, Peter Drucker nos alerta contra aquellos dirigentes simpáticos y verborreicos, que electrizan con sus discursos y sus ocurrencias, pero acaban llevando al abismo a sus pueblos o a las comunidades a las que juraron servir. Ejemplos hay por doquier, a lo largo y ancho del espectro político.
A quien Drucker elogia, en cambio, es al jefe sin pretensiones de popularidad que, con un trabajo serio, responsable y consistente, es capaz de llevar a sus pueblos o comunidades a alcanzar los mejores resultados posibles. La reflexión viene al caso a propósito de la inminente elección del nuevo rector de la Universidad Nacional Autónoma de México. Uno de los candidatos es, desde luego, Enrique Graue, actual rector.
Graue, ciertamente, no es un hombre carismático, pero ha cumplido a cabalidad el programa de trabajo que propuso en 2015, el cual se reflejó en el Plan de desarrollo institucional. Durante su gestión la matrícula se elevó de 346,730 alumnos a 356,530; se crearon sedes de la universidad en Boston, Alemania y Sudáfrica; se aprobaron planes de estudio para 13 nuevas licenciaturas y para 16 especializaciones, y se establecieron cinco nuevas escuelas nacionales que han merecido aplauso unánime: la de Artes Cinematográficas; la de Ciencias de la Tierra; la de Lengua, Lingüística y Traducción, y dos de estudios superiores: Mérida y Juriquilla.
Si esto no hubiera sido suficiente, se firmaron 1,160 convenios —721 con instituciones nacionales y 439 con extranjeras— y se impulsaron instrumentos normativos de transparencia, protección de datos, violencia de género y transferencia de tecnología que, junto con lo anterior, permitieron que la UNAM ascendiera, en cuatro años, 72 lugares en el ranking mundial de universidades.
Caracterizado por un afinado espíritu conciliador, ha impulsado la docencia y la investigación con visión y enfoque en los resultados. Amable y capaz de escuchar, pero firme, lo mismo resolvió el conflicto del CCH Azcapotzalco que ha actuado de manera decidida en los casos de violencia de género, siempre respetando el marco normativo universitario y nacional.
La UNAM —¿hay que decirlo?— es un factor clave de estabilidad política en México. Funciona como catalizador de otros conflictos sociales. La historia reciente de la universidad es elocuente: un problema en el interior de la UNAM puede escalar hasta convertirse en un problema nacional. A su cabeza debe estar, por tanto, un hombre sereno, sin más objetivo político que cumplir con la misión universitaria en un ambiente de paz.
Desde nuestro punto de vista, los logros de Graue bastan y sobran para que la Junta de Gobierno de la UNAM lo reelija como rector. Pero esto, desde luego, dependerá de lo que busque la Junta: ¿entregar la universidad a una facción política para que sus miembros reciban la paga por sus servicios a un grupo, como exigen algunos, o mantenerla como bastión de la movilidad social, a través de una educación de calidad? Apostemos porque la Junta elija este segundo camino. No sólo por el bien de la UNAM sino por el de México.
Ángel M. Junquera Sepúlveda
Director
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