Alejandro Almazán
Maestro en desarrollo económico local por la London School of Economics y director general de la Unión de Empresarios por la Tecnología en la Educación (UNETE).
Hay dos aspectos en la vida de todos nosotros que tienen una transversalidad universal en nuestro quehacer cotidiano: la educación y la tecnología. La educación moldea la forma en que entendemos el mundo y la tecnología determina la forma en que interactuamos con él. Sin embargo, de manera paradójica, el empalme que existe entre ambos deja mucho que desear en términos de aprovechamiento. Especialmente cuando nos referimos a la integración de las TIC dentro del aula.
Una de las principales problemáticas que encontramos en el proceso de inclusión tecnológica está en el desbalance de los elementos necesarios para una apropiación exitosa. Sobresimplificando los componentes que juegan un papel relevante en el proceso, tenemos por un lado a las TIC y por otro a las personas. El error más grave que se comente en estos esfuerzos está en valorar los atributos de la tecnología en demasía y asumir que el desarrollo de las habilidades de las personas (docentes y alumnos) no es una condición necesaria para promover su uso. Es decir, nos enfocamos en la oferta educativa a través de proveer acceso a tecnología (dispositivos, contenidos y conectividad) y no en la demanda educativa que empodere al docente y le permita entender cómo la tecnología puede mejorar el proceso de enseñanza-aprendizaje. Siendo así, ¿de qué sirve que un docente tenga acceso a una laptop muy potente si no sabe cómo enseñar con ella?
Afortunadamente, existen ejemplos internacionales que se convierten en referentes obligados de buenas prácticas. Por ejemplo, tomemos el caso de Singapur. Su sistema educativo ha entendido que las TIC son una herramienta, no un fin. Su nivel de desarrollo ha logrado que las TIC sean de un uso tan común que se han vuelto invisibles para los educadores, priorizando la proyectiva pedagógica y el uso didáctico sobre la enseñanza funcional de los aparatos. De manera contraintuitiva, mientras más usan las TIC, más indispensable vuelven la labor docente. No miden el resultado de impacto en docentes y alumnos en función del rendimiento académico, sino del desarrollo de habilidades. Finalmente, entienden que las TIC son transversales en todo el sistema educativo, no parte de materias específicas.
Singapur invierte en educación cerca del promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) —medido como porcentaje del producto interno bruto—, así que no tendría por qué destacar por encima de los demás países bajo esa medida. No obstante, lo que lo ha hecho sobresalir es la consistencia año con año de sus presupuestos educativos. La planeación en el sector es multianual, los recursos disponibles son predecibles, y el enfoque en educación lo ven como una inversión, no como un gasto. Dignifican la labor docente, invirtiendo fuertemente en su desarrollo profesional. En resumen, saben que sólo un docente inspirado puede a inspirar a sus alumnos.
No es lo mismo el nivel de complejidad de un sistema educativo que tiene menos de 400 escuelas (Singapur) que uno que tiene más de 220,000 planteles de educación básica (México). Sin embargo, hoy en día se puede acceder fácilmente a información de iniciativas internacionales de inclusión digital educativa que nos permitan aprender de errores ajenos, rescatar buenas prácticas y contextualizar la implementación a nuestras regiones. A medida que nuestras autoridades lo hagan un hábito, también lograremos hacer las TIC invisibles para nuestros educadores.
Frida Díaz Barriga
Maestra en psicología educativa y doctora en pedagogía, así como profesora e investigadora del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE, UNAM).
Las últimas dos décadas, a nivel local y global, se han dedicado importantes esfuerzos a la introducción de las TIC en el currículo y la enseñanza en todos los tramos formativos, e inclusive, se han extendido sus usos potenciales a escenarios de educación informal y no formal. Hemos atestiguado la proliferación de bibliografía conceptual y de investigación educativa relacionada con modelos tecnoeducativos, pautas para el diseño tecnopedagógico, implementación y evaluación de materiales educativos y unidades didácticas en línea, actividades experienciales en la virtualidad, objetos de aprendizaje y creación de plataformas (sistemas de manejo de información) con fines instruccionales y formativos muy diversos. En esa dirección, se reportan experiencias muy exitosas y ejemplos de buenas prácticas. Sin embargo, si la medida del éxito de estos esfuerzos se ubica en qué tanto la introducción de dichas tecnologías y de los modelos educativos que las acompañan han logrado un cambio sensible en el paradigma educativo prevaleciente, y si se pregunta si su uso es generalizado, la realidad es que los avances no son los deseados ni los esperados. Por lo menos en nuestro contexto educativo mexicano sigue prevaleciendo una importante brecha digital (socioeconómica, regional, generacional, por género, etcétera) y las políticas educativas estatales en la materia de introducción de TIC a las escuelas no han dado los mejores resultados (Enciclomedia, Habilidades Digitales para Todos, etcétera) y no han logrado ir más allá de experiencias piloto. La conectividad en las escuelas es muy deficiente, sobre todo en planteles públicos, y no llega a las aulas; la formación docente no ha sido la óptima, y los usos de las TIC se restringen a labores de acopio de información, no a la generación de conocimiento ni al aprendizaje en colaboración. Se opera en la lógica de Escuela 1.0 (si acaso) y no se ha llegado al menos a la lógica Escuela 2.0 ni a consolidar el perfil prosumidor ni las competencias de ciudadanía digital deseables. Se requiere repensar y gestionar políticas educativas efectivas y de largo aliento en los rubros mencionados, sobre la base de un uso de la tecnología en condiciones de inclusión, equidad y justicia social, ausente en nuestros días.
Por otro lado, la idea de escuela como edificio físico con aulas donde se reproduce el conocimiento instituido, deberá cambiarse, igual que la noción de aula o la representación de las prácticas socioculturales de docentes y estudiantes en esos escenarios. Se tiene que pensar en una visión de múltiples escenarios educativos, formales e informales, presenciales y a distancia, ubicuos, con posibilidad de vínculo en red con una diversidad de comunidades educativas y con una lógica de educación en competencias para la vida y la ciudadanía. Las tecnologías, siempre cambiantes, no pueden ser en sí mismas el foco de la educación, sino instrumentos de mediación del conocimiento, la comunicación y la colaboración; tampoco se puede seguir reproduciendo el mismo currículo y pensar que con ponerlo “en pantalla” se resuelve el tema. Desde mi perspectiva, se tendrá que cuestionar en sí mismo el modelo de sociedad digital que prolifera, con un discurso neoliberal y pensado desde la economía y la productividad, no desde el desarrollo humano y social, y tampoco desde la diversidad o la sustentabilidad, ni con plena conciencia de las tensiones y las contradicciones de dicha sociedad.
Mariano Ure
Doctor en disciplinas filosóficas y profesor-investigador de la Facultad de Ciencia Sociales de la Pontificia Universidad Católica Argentina.
Los jóvenes ya no usan las tecnologías digitales para comunicarse sino que viven por medio de ellas. Lo digital es un nuevo territorio, donde comparten su vida y aprenden de la experiencia de otros. El desafío para nuestros estudiantes es que comprendan las nuevas formas de proximidad mediante las tecnologías de la comunicación; esto es, que sean capaces de reconocer al otro en su integridad, detrás de su perfil de usuario. Y, al mismo tiempo, que conozcan las reglas de habitación de este territorio en lo que respecta, sobre todo, a la privacidad y el monitoreo externo de sus consumos digitales, de manera que puedan ser autónomos y responsables. En este sentido, la tendencia a la integración de las tecnologías interactivas en la educación nos lleva nuevamente a una instancia tradicional. Si bien es fundamental la alfabetización digital y enseñarles a utilizar las herramientas para que sean capaces de producir contenidos y participar activamente en la conversación pública digital, resulta clave priorizar la formación en actitudes: las del esfuerzo, el compromiso, el respeto y la solidaridad colaborativa. De este modo, las innovaciones tecnológicas para la comunicación serán capaces de potenciar el encuentro interhumano y la vida comunitaria.
Claudia Fabiola Ortega Barba
Doctora en pedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y profesora-investigadora de la Escuela de Pedagogía de la Universidad Panamericana.
Para seguir trabajando desde la escuela en la integración de la comunidad escolar a la sociedad digital habría que considerar dos grandes componentes. El primero es el de los actores de esa comunidad (profesores, alumnos, administrativos y padres de familia), en tres dimensiones: 1) el sistema cognitivo (mind set), 2) el sistema de relación entre cada persona y las TIC (lo que involucra el actuar ético) y 3) el sistema social del cual forma parte el sujeto (capital sociocultural), lo que permitiría entender cómo se integra cada uno de ellos a la cultura digital. El segundo sigue siendo la infraestructura, la cual ha mejorado no obstante que siguen existiendo comunidades escolares sin el mínimo equipamiento.
Uno de los avances que se han tenido en México sobre la integración de las TIC en la escuela es que las políticas públicas ya contemplan el derecho de acceso a las TIC, pues en 2013 se adicionó un párrafo al artículo 6º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, el cual señala: “El Estado garantizará el derecho de acceso a las tecnologías de la información y comunicación.” Esencialmente, “el Ejecutivo federal tendrá a su cargo la política de inclusión digital universal, en la que se incluirán los objetivos y las metas en materia de […] tecnologías de la información y comunicación y habilidades digitales”; sin embargo, a pesar de los esfuerzos del gobierno mexicano por fomentar la inclusión y el desarrollo de habilidades digitales para que los diferentes sectores sociales puedan aprovechar y utilizar las TIC, no sólo en la escuela sino de manera cotidiana con proyectos como México Conectado, @aprende 2.0 y Código X, aún existe una distribución inequitativa de las prácticas tanto en ámbitos educativos formales como no formales.
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