Con un presupuesto de casi 41 mil millones de pesos para 2017 y una comunidad universitaria integrada por más de 400 mil personas, la Universidad Nacional Autónoma de México no sólo es la más sofisticada institución de educación superior de nuestro país, sino una referencia obligada en la tarea de formar profesionistas útiles a la sociedad, en materia de investigación y producción de conocimiento y en el compromiso de ofrecer soluciones a los problemas nacionales. Su rector nos habla de las implicaciones que tiene la educación superior en nuestro país.
Conseguir un título universitario es un sueño para muchos jóvenes mexicanos, pero ¿todos deben obtenerlo?
Por supuesto que no. Si el 100% de los jóvenes obtuviera un título universitario se descuidaría la fuerza laboral que se necesita en otros ámbitos, donde no hacen falta destrezas universitarias.
¿Cuál debe ser el criterio para determinar si un joven debe seguir una carrera universitaria o no?
Su capacidad y su vocación. Debo apuntar, sin embargo, que en esto influye también la demanda laboral. El modelo económico de cada país presenta diversas necesidades. En México, 37% de jóvenes tiene acceso a la educación superior.
¿Esto es mucho o poco?
Si comparamos la cifra con los países desarrollados, que tienen 70%, o con Cuba, que tiene 80%, poco. Dadas las condiciones de México, tener 40% de jóvenes que accedan a la educación superior es más que suficiente.
¿Qué ocurre cuando un joven concluye su educación superior y no encuentra trabajo? ¿No genera esto una frustración que acaba dañando el tejido social?
Si echamos un vistazo al Observatorio Laboral de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, confirmaremos que 80% de los jóvenes está empleado en los campos de su propia disciplina. A finales de junio regresé de Estados Unidos donde, justamente, se discutió este punto: un joven graduado suele cambiar cinco o seis veces de trabajo a lo largo de su vida. Su formación profesional es, apenas, un indicador que le permite desplazarse por distintos escenarios. La frustración a la que usted alude se genera por causas distintas a su formación.
Permítame hacerle la pregunta clásica: ¿qué debemos promover primero: empleos o una educación de mayor calidad?
Permítame contestarle con la respuesta clásica: van de la mano. ¿De qué sirve educar cuando no se cuenta con las plazas donde se aprovecharán estos conocimientos? ¿De qué sirve crear estas plazas si no hay capital humano disponible?
¿La UNAM tiene, hoy día, la misión de responder a las necesidades de los jóvenes titulados que no puede costearse una carrera?
La UNAM se creó como un espacio para brindar educación superior de calidad no a un sector o a otro sino a todo el país. En México sólo 30% de la oferta de educación superior es privada.
¿Considera usted que la educación que imparte la UNAM responde a las necesidades del siglo XXI en México?
Sí, con amplitud. De 2015 a la fecha se han inaugurado cinco nuevas carreras: matemáticas aplicadas, música y tecnología artística, neurociencias, traducción y lingüística aplicada.
¿No existían ya estas carreras con otros nombres?
No. Todas fueron producto de demandas concretas. Música y tecnología artística, por ejemplo, tiene poco que ver con lo que ofrece el Conservatorio Nacional y mucho que ver con la música contemporánea y la tecnología para producirla. Lingüística aplicada es, ni más ni menos, el estudio del proceso para enseñar una lengua.
¿Ha detectado usted algunas carencias en la currícula o los programas?
El desarrollo científico y tecnológico provoca que las carencias siempre existan. Por ello, el reglamento exige a la UNAM que revise los contenidos cada cinco años. En este lapso toda asignatura queda rebasada. Nuestros cuerpos colegiados deciden la actualización de los programas en forma permanente. En ocasiones, el que lo hace es el propio Consejo Universitario.
¿Detecta usted algunas carreras que no existen en la UNAM y que debieran existir para satisfacer nuevas demandas?
Desde luego: las que tienen que ver con el petróleo, la energía y las ciencias de la tierra: geotermia, energía eólica y ciencias de la atmósfera, por citar tres. Estudios como éstos ya existen a nivel posgrado, pero hay que ampliarlos a las licenciaturas.
Como rector, ¿cuál ha sido su principal preocupación?
La estabilidad de la universidad. Ésta exige un presupuesto conveniente y adaptar las principales necesidades para que la universidad sea segura, crezca y se actualice.
Detengámonos en esta actualización: ¿la educación superior que se imparte en 2017 es igual a la que se impartía hace 100 años?
No. La educación ha cambiado y los jóvenes también; éstos deben aprender a actualizarse, a vivir en una sociedad en la que cambiar de trabajo es la norma. Ya no aprenden igual: exigen flexibilidad en sus programas y quieren información rápida. Exigen que el conocimiento que se les imparta sea útil.
¿La UNAM está a la altura de estas demandas?
Éste es precisamente el gran reto que tengo frente a mí. Debo esmerarme y lograr que lo que hay que aprender se aproveche de la mejor manera. Me esmero en que los alumnos aprendan a trabajar en equipo, requisito sine qua non del mundo laboral.
¿Los maestros responden a esta exigencia?
Muchos no. La forma en que dan clases sigue siendo la de hace 100 años. Se paran frente a un grupo, recitan una lección y luego aplican un examen. Esto ya no puede seguir igual.
¿Qué se necesita para lograr esta adaptación docente?
Un cambio cultural de carácter gradual. Nada en la educación puede darse de golpe y porrazo, pero si hay un talón de Aquiles, es la docencia.
Una pregunta de carácter personal, señor rector: ¿qué es lo que más le gusta de su trabajo diario?
El trabajo de escritorio, acordar con mis colaboradores, discutir con profesores investigadores y resolver problemas que no han podido solucionarse en otras instancias. Me gusta que el cargo sea mediático y me permita influir en diversos ámbitos de la vida de mi país. Me gusta participar en las ceremonias donde me aproximo a los integrantes de la comunidad universitaria.
¿Y qué es lo que más le disgusta?
Paradójicamente, también las ceremonias. Me disgustan todas las que tardan más de una hora. Ese tiempo podría aprovecharse en algo más productivo.
Para finalizar nuestro diálogo, ¿le gustan el escudo y el lema de la universidad? A mí me parecen anacrónicos. Temo que ya no dicen mucho a las nuevas generaciones…
A mí me encantan ambos. Representan el espíritu latinoamericanista, el mestizaje. Ambos implican pertenencia y origen de todo pueblo latinoamericano.
Enrique Luis Graue Wiechers es egresado de la licenciatura de médico cirujano y de la especialidad en oftalmología de la Universidad Nacional Autónoma de México y realizó sus estudios de posgrado en trasplantes de córnea en la Universidad de Florida.
Como oftalmólogo ha ocupado los siguientes cargos relevantes de representación de su especialidad: fundador y presidente del Centro Mexicano de Córnea y presidente de la Sociedad Mexicana de Oftalmología y del Consejo Mexicano de Oftalmología; presidente de la Asociación Panamericana de Oftalmología y vicepresidente del International Council of Ophthalmology. Es el único mexicano que ha ocupado un sillón (de 66) en la Academia Ophthalmologica Internationalis; pertenece a la Academia Mexicana de Cirugía, y fue presidente de la Academia Nacional de Medicina. En el ámbito internacional, es miembro de la Real Academia de Medicina de España, de la Real Academia de Medicina de Cataluña, de la Real Academia de Medicina de Sevilla y del Royal College of Physicians del Reino Unido.
Desde 1984 es profesor de la Facultad de Medicina de la UNAM, donde continúa en el nivel de posgrado.
Inició su práctica docente en la Facultad de Medicina en 1975; fue coordinador del Comité Académico de Oftalmología y posteriormente jefe de la División de Estudios de Posgrado e Investigación, de 2004 a 2008. El 22 de enero de 2008 la Junta de Gobierno de la UNAM lo designó director de la Facultad de Medicina, y en 2012 fue elegido para un segundo periodo. El 6 de noviembre de 2015 fue designado como rector de la UNAM y asumió el cargo a partir del 17 de noviembre de 2015.
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