Las universidades interculturales son instituciones públicas de educación superior que han ofrecido, desde su creación en 2003, oportunidades de desarrollo educativo en diversas regiones indígenas de México. Gunther Dietz, doctor en antropología por la Universidad de Hamburgo, Alemania, y experto en los temas de multiculturalismo, etnicidad y educación intercultural, explica en esta entrevista las bondades de estas instituciones y reflexiona sobre cuál debe ser su futuro.
¿Cuándo surgen las universidades interculturales y por qué?
Desde la década de 1990 y hasta inicios del presente siglo las universidades interculturales han ido apareciendo ante los reclamos de movimientos y organizaciones indígenas por el derecho de acceder a la educación; pero no a cualquier educación superior, sino a una educación superior que sea relevante para su contexto comunitario. Aquí en México las universidades interculturales surgen en 2002 o 2003. En otros países de América Latina hay iniciativas parecidas.
En tus artículos se habla de su encuadre en un mundo poszapatista y posindigenista. ¿Podrías explicar estos conceptos?
Lo que surge después del Ejército Zapatista es la necesidad de reformular la relación que habían tenido los pueblos indígenas u originarios con el Estado-nación, pues el indigenismo se concebía como una relación unidireccional del Estado hacia los pueblos. Pensemos en el Instituto Nacional Indígena que después se llamó Comisión para el Desarrollo Integral de los Pueblos Indígenas, con programas centralizados manejados desde la capital, cuando las regiones de los pueblos originarios no sólo son remotas sino muy diversas. El posindigenismo concibe que los pueblos tengan la autonomía para decidir sus necesidades y la forma de afrontarlas, con el apoyo del Estado en infraestructura, educación, empleo, etcétera. Sin embargo, también críticamente se afirma que el posindigenismo no es tal, pues el Estado sigue controlando algunos procesos. Específicamente, la mayoría de las universidades interculturales carecen de autonomía, pues dependen de los gobernadores y del aval de la Coordinación General Bilingüe de la Secretaría de Educación Pública, lo que realmente ha frenado mucho el objetivo de descentralizar la oferta educativa. Es un estira y afloja, por ejemplo en Oaxaca, donde no hay una universidad pública intercultural, porque no se pudieron poner de acuerdo el gobierno federal, el gobierno estatal y las organizaciones indígenas. En consecuencia, es difícil hablar de posindigenismo.
La universidad intercultural tiene que pensarse con base en sus contextos, donde ya existen tradiciones autónomas.
En una página de la Secretaría de Educación Pública (https://www.ses.sep.gob.mx/interculturales.html) se enlistan enlaces a 12 universidades interculturales. ¿Están agrupadas en algún subsistema fuerte como el de las universidades tecnológicas?
Siguen todavía al margen, no tienen una dirección general y son remitidas a la Coordinación General de Educación Intercultural y Bilingüe (CGEIB), donde no tienen las facultades de generar programas. Luego, las universidades interculturales siempre están negociando, año con año, su supervivencia frente al Congreso de la Unión, frente a los gobiernos estatales y frente a la Dirección General de Educación Superior de la Secretaría de Educación Pública.
Lo que quita muchísima energía…
Sí, los directivos de las universidades interculturales, más que en sus campus, continuamente están en la Ciudad de México negociando, lidiando con la injerencia de determinados gobernadores en tiempos de campañas. Entonces ha habido una falta de continuidad en muchos casos con respecto a los equipos directivos, y eso, por supuesto, también se traduce en mucha fluctuación del personal académico, y de rectores. ¡En 10 años de existencia ha habido universidades que han tenido ocho rectores! En el fondo, estamos hablando de tres modelos diferentes de universidad intercultural.
¿Por qué ocurre ese cambio de rectores?
El problema con los rectores —seguramente ellos te lo podrían contar mucho mejor— es que como las universidades interculturales no sólo son las hermanas pequeñas, sino el patito feo de los gobiernos estatales, a veces han servido para colocar a funcionarios que ya no podían ser situados en otro lugar. Ha habido ex funcionarios del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación que han sido rectores; ha habido ex funcionarios de subsecretarías que de repente fueron designados como rectores interinos durante algún tiempo. Y todo eso, por supuesto, interrumpe los procesos académicos, de institucionalización, con decisiones muy poco democráticas. Por todo lo anterior, se puede hablar de una crisis en las universidades interculturales, pero solamente de las que maneja la CGEIB.
¿Cuáles son los otros modelos de universidad intercultural?
El modelo de la CGEIB, que está atravesando una crisis, como acabo de mencionar. En segundo lugar, el modelo de las universidades interculturales que no son reconocidas por la Coordinación General Bilingüe, pero que dependen de alguna orden religiosa o de alguna organización no gubernamental. Es el caso de los jesuitas, que tienen una en Oaxaca y otra en Querétaro. O el de la Universidad Campesina Indígena en red, que recibe fondos internacionales y que funciona en la sierra norte de Puebla y en Chiapas. Y el tercer modelo lo representa la Universidad Intercultural Veracruzana, como una dependencia de la Universidad Veracruzana, que es autónoma. En otras universidades se están comenzando a crear programas interculturales para atender estas problemáticas y estas demandas de los pueblos originarios y de las comunidades afrodescendientes, pero en el seno de una universidad pública establecida; como el programa de interculturalidad y diversidad cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que antes era el Programa México, Nación Multicultural. Todas son universidades hermanas, pero se les trata como hermanastras, porque no pasan por el control central de la CGEIB.
¿Es el tercer modelo —el que siguen ustedes en la Universidad Intercultural Veracruzana— el que funciona mejor?
Sí, porque en la universidad pública se tiene ya una autonomía universitaria y un fuerte peso frente a actores y partidos políticos, con una sólida tradición de vinculación regional y comunitaria que reconoce la necesidad de desarrollar oferta educativa pertinente en las lenguas de los pueblos originarios.
Pero no sólo es un buen modelo por la autonomía universitaria y por proteger a las universidades interculturales de injerencias verticales, sino que, al tener colegas de otras facultades, se producen sinergias muy muy positivas. Por ejemplo, en nuestra universidad se ha diseñado una licenciatura en derecho con enfoque intercultural, pero no lo hizo sola la Universidad Intercultural Veracruzana, sino en conjunto con varias facultades regionales de derecho.
Ahora mismo se ha terminado de diseñar una maestría en lengua y cultura náhuatl que solamente se impartirá en náhuatl, como un posgrado único en México. Esto se llevó a cabo en la Facultad de Idiomas con lingüistas y expertos de la universidad. También se diseña oferta educativa en agrobiología y agroecología en conjunto con las facultades de biología, ciencias ambientales y ciencias agrícolas, etcétera. La universidad intercultural, solita y aislada de otras universidades, no podría hacerlo.
En cuanto a los docentes que enseñan en estas carreras, ¿qué retos enfrentan?
Principalmente, el reto de cambiarnos el chip. Nosotros hemos sido formados en disciplinas pensando en forma deductiva, desde la ciudad, desde la universidad urbana, pensando en licenciaturas de cuatro años, cuando hay que pensar en carreras con base en las necesidades locales. En una reunión con autoridades comunales de la Huasteca veracruzana, los jueces de paz decían: “Por favor, yo ya soy un señor mayor, tengo a mi familia, desempeño funciones como juez de paz aquí en la comunidad; a mí me gustaría un diplomado, un curso corto, porque yo una licenciatura no la voy a estudiar”. Son estudiantes comuneros, son estudiantes campesinos y por eso necesitamos pensar en programas de dedicación parcial, adaptados a los ciclos agrícolas.
Y, por supuesto, también tenemos un fuerte reto en el perfil docente. Algunos maestros son hablantes de las lenguas indígenas, algunos provienen de las propias regiones, pero han sido formados en la universidad convencional y entonces necesitan un acompañamiento continuo, para aplicar las habilidades del pedagogo, del trabajador social, del agrónomo, conocimientos que no necesariamente se adquirieron por haber estudiado una carrera y que en este caso se necesitan implementar para trabajar en una comunidad de 3,000 habitantes. Este trabajo de campo es el que estamos intentando implementar en la Universidad Intercultural Veracruzana. Por eso hemos desarrollado metodologías propias, a las que llamamos de investigación vinculada, para que el docente a la vez pueda hacer investigación y vinculación, que son funciones sustantivas en cualquier universidad, pero que las separamos artificialmente. Aquí se necesita al docente que reflexiona sistemáticamente sobre sus prácticas y que investiga qué es lo mejor para sus alumnos. Eso es realmente lo que se debiera hacer en cualquier universidad del futuro: integrar funciones que estrechen la relación entre lo áulico y lo extraáulico. El aprendizaje situado en el contexto, profesionalizado, más que en el aula; eso es lo que necesitamos como docentes en todas las profesiones.
Para mí, los docentes de las universidades interculturales realmente son unos héroes, pues en la práctica están inventando un nuevo modelo, sin mucho apoyo de arriba, sin mucha relación con las otras universidades y, además, relativamente solos. Por esto último es tan importante el diálogo y el intercambio docente. Nosotros, en la Universidad Intercultural Veracruzana hemos convocado anualmente a docentes de otras instituciones interculturales para que se conozcan, para que intercambien sus experiencias y sus frustraciones. Necesitamos estas redes de intercambio. Y aquí también contamos con el apoyo de las universidades públicas establecidas.
¿Hay un seguimiento de egresados? ¿Qué se ha evaluado?
Existe muy poca evaluación al respecto. Evidentemente, hay algunas cifras que las universidades tienen que reportar a la Secretaría de Educación Pública, pero como los perfiles son muy nuevos es muy difícil evaluar en un sentido numérico. Nosotros hemos realizado un acompañamiento etnográfico de las primeras generaciones de egresados y egresadas de nuestra universidad intercultural y lo que encontramos es precariedad y muchos cambios de trabajo durante los primeros años, pero también, a la larga, los egresados logran colocarse en los ayuntamientos y en las presidencias municipales de sus regiones. También trabajan en organizaciones no gubernamentales y en asociaciones que se dedican a derechos humanos o a proyectos de desarrollo rural sustentable. Algunos han generado recursos para el autoempleo y la autoorganización, creando asociaciones civiles y cooperativas. Algo que nos ha llamado mucho la atención es el grandísimo impacto que tienen en los habitantes de sus regiones y sus comunidades, pues además de ser más conscientes de sus derechos, se vuelven un ejemplo, ya sea por trabajar, por seguir estudiado o por formar un hogar, lo cual propicia que otros aspiren a acceder a la educación superior. En varias comunidades existen asociaciones de egresadas que trabajan con talleres en lucha contra la violencia doméstica, lo que tiene un impacto grandísimo que es muy difícil cuantificar, pero que está modificando las comunidades y las regiones.
Otra cosa que hemos advertido, que va a ser muy importante en el futuro, es cómo las comunidades han ido descubriendo no sólo la universidad sino las herramientas para realizar proyectos, que se llevan a cabo desde una unidad de medio ambiente, desde una dependencia municipal o desde la Secretaría de Desarrollo Social. Han aprendido a analizar demandas de su comunidad, a encontrar caminos para obtener recursos y a identificar posibilidades para combinar actividades de la economía campesina tradicional con actividades mucho más modernas y contemporáneas que tienen que ver con la agroecología o con la diversificación de plantas.
Medir a los egresados —como hace la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior o la Secretaría de Educación Pública— únicamente en términos de indicadores salariales, no nos proporciona la idea de lo que le ocurre al egresado de una universidad intercultural a nivel personal y comunal. Se nos escaparían los efectos no previstos. Por ejemplo, la matrícula se está feminizando, pues más mujeres acuden a los estudios, adonde antes “no les daban permiso” de ingresar. Otro aspecto importante es que ellos y ellas están utilizando la universidad intercultural como un primer trampolín para cursar una carrera académica. Hay muchos jóvenes indígenas que obtienen becas para seguir estudiando, porque tienen mucha autoestima y no ocultan su identidad, saben leer y escribir en su lengua y no sólo en español. Contrariamente a los egresados indígenas de una universidad convencional, quienes se han acostumbrado a esconder su origen, a no hablar su lengua, porque les toman el pelo, porque los discriminan, porque los ridiculizan. Entonces observamos un nuevo perfil de joven consciente de sus raíces, pero también conocedor de las bondades de ciertas tecnologías y del conocimiento académico.
¿Dirías que los jóvenes egresados de la Universidad Intercultural Veracruzana son puentes y traductores entre dos culturas?
Sí, mucho más que las generaciones anteriores. Antes, los jóvenes sólo tenían como camino el sacerdocio o podían ser maestros o maestras bilingües en su comunidad dentro de estas escuelas indigenistas, donde ellos eran el último eslabón de mando de un sistema que viene desde arriba, ya sea la Iglesia católica o la Secretaría de Educación Pública. Pero ahora, en sus comunidades conocen sus derechos, aportan con base en su profesionalización y pueden traducir entre saberes de forma mucho más equitativa de lo que lo hacían estos otros intermediarios. No olvidan su lengua, ni su identidad. Estos jóvenes salen de la universidad sabiendo sobre ambos mundos, y los combinan y los puentean.
Yo estoy en contacto con muchos de mis egresados de la Universidad Intercultural Veracruzana y es impresionante ver cómo oscilan entre funciones: poseen encargos, papeles y responsabilidades muy importantes en la comunidad, pero después me entero que en Orizaba están haciendo una especialización en promoción de la lectura bilingüe. Continúan su trayectoria formativa, pero siguen siendo comuneros y miembros de sus pueblos y luego me preguntan: “Oye, ¿qué tipo de posgrado podría hacer? ¿Qué maestría podría estudiar sin tener que irme de mi región? ¿Qué posibilidades de hacer algo en línea?” Entonces digo: “¡Wow!” Nosotros estamos detrás y ellos adelante… Tenemos que adaptar nuestra forma de enseñar y de aprender…
Me impresionó que en un artículo subrayas que la interculturalidad debe ser de los dos lados: no consiste solamente aprender lo intercultural en estas universidades, sino que en todas las universidades nos falta aprender habilidades interculturales para reconocer y aprender de otros…
Exacto. Y nosotros, que ofrecemos educación superior pública nacional, paulatinamente nos damos cuenta de cuántos saberes hay afuera de la universidad…. Igual que históricamente hasta hace aproximadamente 100 años se había dejado a las mujeres fuera de la universidad, como una especie de automutilación, así ahora todavía no reconocemos los conocimientos que aportan las comunidades rurales, campesinas, indígenas y afrodescendientes. Y no podemos dejar afuera eso. Por ejemplo, un buen médico es alguien que no sólo sabe de medicina, sino que también tiene la sensibilidad para entender lo que sabe hacer un curandero y reconocer que entre ambos existen criterios diferentes y que los saberes juntos enriquecen. Para eso necesitamos fomentar competencias interculturales en los estudiantes, no sólo en los procedentes de las comunidades indígenas sino en todos.
Poder traducir entre lenguas, poder traducir entre saberes, es una habilidad clave en el futuro, porque se trata de la misma realidad que ese profesional va a necesitar conocer cuando se vaya a otro país. Si no sabes comportarte con una persona pobre, indígena, rural, serrana, cómo vas a sobrevivir en Londres o en Moscú. Son habilidades comunicativas que necesitamos y que nuestras profesiones y nuestras disciplinas no tienen incluidas en su perfil.
¿Cuál sería la prioridad para que las universidades interculturales se sigan desarrollando?
Lograr un trato digno y no discriminatorio de estas universidades. Es triste que de la misma forma en que existe un trato desigual a escuelas primarias y preescolares en el medio indígena respecto de escuelas primarias y preescolares en el medio urbano, lo mismo se está reproduciendo en las universidades. Es como una discriminación institucional hacia lo no urbano, hacia lo no mestizo y hacia quienes no hablan español. Y eso también está ocurriendo en la educación superior. Entonces las universidades interculturales necesitan certeza institucional, estabilidad, autonomía, para poder crear sus propias comunidades, elegir a sus propias autoridades, tomar decisiones locales acerca de las carreras que se van a ofrecer en el ámbito local. Por eso necesitan mucha continuidad y un acompañamiento de la política pública que hasta ahora ha sido muy errático, tanto a nivel federal como a nivel estatal. Yo creo que ahí hay una gran oportunidad, sobre todo pensando para un gobierno que quiere llegar a la población a la que poco ha llegado la educación superior. Es muy importante conservar y profundizar este proyecto de universidades interculturales, pero con las correcciones señaladas, pensando desde lo local y lo regional, confiando en sus docentes, en sus egresados y en las comunidades que los acompañan, sin caer de nuevo en las trampas del centralismo.
Gunther Dietz es profesor-investigador de la Universidad Veracruzana con sede en Xalapa, donde actualmente está a cargo del cuerpo académico de estudios interculturales.
El fenómeno de la interculturalidad corre por sus venas. Nació en Schleswig-Holstein, una región plurilingüe que se encuentra al norte de Alemania, entre el puerto de Hamburgo, el río Elba y la frontera con Dinamarca, donde diariamente transitan miles de personas de ascendencia asiática, europea, otomana y africana.
El fenómeno de la interculturalidad continuó presente en la vida del antropólogo cuando a la edad de cuatro años se mudó, con sus padres, a Temuco, una pequeña región al sur de Chile con gran presencia de residentes alemanes y comunidades mapuches. Durante esa estancia en el país andino, que se prolongó siete años, Dietz aprendió a dominar el español por completo y quedó maravillado por el potencial lingüístico del idioma.
Su llegada a México ocurrió a principios de la década de 1990 para cumplir su sueño de trabajar con grupos étnicos del país y terminar su tesis doctoral. Comenzó en la meseta purépecha con un proyecto sobre artesanías e indigenismo, a favor de las comunidades asentadas en la cuenca de Pátzcuaro, Michoacán. Después de esa primera estadía regresó a Europa para trabajar en España y volvió a México a principios de 2004 para tomar una plaza de docente en la Universidad Veracruzana.**
* Profesora-Investigadora de la Escuela de Pedagogía de la Universidad Panamericana.
** Fuente: Alberto Vidales, “Gunther Dietz”, La Gaceta de la Universidad de Guadalajara, en http://www.gaceta.udg.mx/G_nota1.php?id=17270.
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