Aunque el término “biodiversidad” es relativamente nuevo, nuestros antepasados, los pueblos mesoamericanos, reconocían la riqueza natural del ecosistema en el que vivían. Es imposible comprender a estas culturas mesoamericanas sin conocer su relación con el medio natural que los rodeaba, a pesar del gran misterio que éste engendraba para ellos.
Base del sustento y la actividad económica diaria de las culturas mesoamericanas, gran parte del ecosistema que los rodeaba consistía en un gran enigma, a tal grado que la religión que desarrollaron brindaba orden y estructura a aquello que les resultaba incomprensible y constituía la base de su concepción del mundo y de la vida misma, brindando una explicación a los fenómenos naturales.
Los dioses de estas culturas diversas (olmecas, zapotecas, mixtecos, mayas y aztecas, entre las más destacadas) eran representados con figuras amorfas, en contraste con las deidades griegas, por poner un ejemplo, tomando elementos naturales que se entretejían y se combinaban para formar su apariencia. Así, observamos un Quetzalcóatl o un Kukulcán, caracterizados por ser una serpiente cubierta por plumas de quetzal, dos animales presentes en la región y representantes de los símbolos de conocimiento y sabiduría, fertilidad y vida; un Tláloc con un rostro más humano, pero también con un antifaz de serpientes; un Chaac semejante a Tláloc, representado como anfibio; una Coyolxauhqui con plumas de águila como cabello, o una Ixchel que en lugar de plumas tenía serpientes. Estos dioses, a su entender, inclusive eran causantes de los fenómenos naturales como el viento, la lluvia, el sol, la luna, la muerte, la vida y las cosechas. Así, eran dioses de y en la naturaleza, a quienes rezaban y adoraban, y quienes daban significado a sus vidas y a sus responsabilidades terrenales.
El ecosistema, por lo tanto, era parte de su concepción del mundo; estaba presente en sus leyendas, en sus mitos, en las señales de sus dioses. Desde el Popol Vuh, que narra la creación de los seres vivos, animales y hombres, que cuenta la historia de monos, murciélagos y conejos, y de cómo el ser humano fue creado después de varios intentos, usando madera, barro y maíz, hasta la peregrinación de los mexicas documentada en el Códice Boturini o en la Tira de Peregrinación, que relata el camino recorrido de dicho pueblo, asentándose en el lago de Texcoco, tras encontrarse con la señal indicada por la deidad, compuesta por elementos del entorno: un águila, un nopal y una serpiente. En las leyendas teotihuacanas también aparecen los tigres, las águilas, los quetzales y los magueyes.
Estos elementos, importantes componentes en la consolidación de la identidad de cada pueblo, se plasmaban en su arquitectura, sus artesanías, sus objetos de uso diario, sus poesías e, incluso, en los nombres que utilizaban. Las ruinas mayas muestran máscaras de animales, y la decoración incluye serpientes, águilas, jaguares y flores; las toltecas incluyen plumas y serpientes emplumadas; las teotihuacanas representan a los jaguares con penachos de plumas de quetzal y a los caracoles; entre los vestigios olmecas encontramos representaciones de seres mitológicos formados por combinaciones de distintos animales de la región, entre los cuales destacan los reptiles, los sapos, los caimanes y los jaguares.
También su indumentaria rebosaba de estos mismos elementos con los que convivían en su ecosistema. Los mixtecos, por ejemplo, grababan las flores de su entorno y usaban pieles de jaguar o disfraces de venado; de igual forma, los guerreros olmecas solían disfrazarse de jaguares, símbolos de fuerzas sobrenaturales, para lo cual se escarificaban la piel, se tallaban los dientes en forma de colmillos y se cubrían en pieles de dichos animales. Los tlaxcaltecas también vestían pieles de jaguar no sólo para las guerras sino también para sus rituales de sacrificio. Los mayas también lo hacían e, inclusive, enterraban a sus reyes con pieles, colmillos y garras de jaguar. Asimismo, los aztecas y los teotihuacanos vestían pieles y máscaras de jaguar para espantar a sus enemigos, así como armaduras que semejaban plumas de águilas, fabricadas con algodón, y cascos guerreros con el rostro de ambos animales.
Y es que el jaguar y el águila eran símbolos de poder y valentía para la mayoría de los pueblos mesoamericanos. Eran los grandes animales depredadores de la región, quienes infundían, por sí solos, miedo a sus rivales. El jaguar era un símbolo de vida y muerte, de luz y oscuridad. Para los olmecas, un espíritu que protegía a los chamanes, de allí que entre sus esculturas abundara un sinnúmero de hombres-jaguar. Similarmente, para los mayas, el jaguar era el guardián del otro mundo, el que guiaba el alma en el mundo de los muertos. Las características del jaguar —garras afiladas, sigilo, agilidad y el sentido agudo de cazador— engendraban las virtudes masculinas de los grandes guerreros, como el liderazgo, la astucia, la fuerza, el sacrificio, la ferocidad y la valentía. El jaguar acompañaba a los grandes guerreros, a los líderes y a los gobernantes, mientras que el resto del pueblo era identificado con tlacuaches, conejos u ocelotes; este último, un felino de menor tamaño al jaguar. En cuanto al águila, aunque de menor rango que el jaguar, representaba las características que se buscaban en los soldados de menor rango, como la obtención de información, la exploración y la mensajería.
Así como encontramos a su entorno en su vestimenta, también lo tenemos presente en sus esculturas, donde en todas estas culturas mesoamericanas representaban formas humanas y dioses mitológicos. Los ya mencionados jaguar y águila, así como la serpiente, aparecían constantemente plasmados empleando la técnica del mosaico y la orfebrería. También el arte plumario estaba presente, donde emplearon plumas de aves exóticas como el quetzal, el papagayo y el faisán. Por ejemplo, el penacho de Moctezuma incluye plumas azules del ave xiuhtotol, plumas rosas de tlauquechol, plumas cafés de cuclillos y plumas verdes de quetzal, engarzadas en oro.
Otro aspecto que muestra el respeto de las culturas mesoamericanas por el mundo diverso que los rodeaba lo hallamos en sus nombres. Es el caso de la cultura mixteca donde eran comunes nombres como Ocelotepec o monte de jaguar, Ocho Venado, Uno Venado-Serpiente de Jaguar, Cuatro Jaguar, Uno Venado-Serpiente de Puma, Seis Águila-Jaguar Telaraña, Seis Lagartija Abanico de Jade y Seis Mono. Como se observa, todos incluyen un número y un animal; algunos tienen más de dos, y unos más presentan otros elementos del medio ambiente como piedras preciosas.
Ahora bien, hemos hablado del respeto que estas culturas mesoamericanas tenían hacia su entorno. Sin embargo, este respeto también partía de su conocimiento por el mismo que, aunque no fuera tan extenso como el nuestro, desembocaba de un estudio profundo del mismo, con instrumentos adecuados a la época que les tocó vivir. A pesar de que se sabe poco sobre la investigación que realizaban estas culturas, se conoce que los hijos de los nobles mayas estudiaban liturgia, escritura, cálculo y genealogía. Por ello, el pueblo maya llegó a conocer los astros y sus movimientos de rotación y traslación, así como a predecir un sinnúmero de eclipses. También, debido a su desarrollada capacidad de observación, conocieron con exactitud la medición del tiempo.
De los aztecas se conoce más sobre este proceso de apreciación del medio ambiente, ya que el proceso educativo del pueblo se encuentra documentado en el Códice Mendocino. La educación, para los aztecas, buscaba cultivar el rostro para que fuera sabio, y el corazón, para que fuera duro como una piedra y resistente como un árbol. Este proceso educativo comenzaba en el hogar y estaba ligado a un sistema riguroso de castigos que utilizaba elementos del medio como las espinas de maguey y el chile. Las espinas de maguey eran clavadas a la persona de múltiples formas alrededor del cuerpo; en cuanto al chile, éste era quemado para que la persona que había cometido un error oliera el humo y sintiera una sensación de asfixia.
La educación formal comenzaba a los 14 años de edad y se realizaba en las instituciones del Estado. La educación intelectual, impartida en el calmécac, únicamente para los nobles, estaba subordinada a la religiosa e incluía astronomía, cronología, botánica y zoología, entre otras. Su conocimiento de herbolaría se extendió hasta 3,000 hierbas que usaban para curar enfermedades, tales como la tos, el sangrado de la nariz y las lesiones en el cuerpo. A su vez, el emperador Moctezuma tenía un jardín botánico con una impresionante colección de flora.
En cuanto a la zoología, gran parte del desarrollo de esta ciencia tuvo lugar gracias al zoológico de Moctezuma, que contaba con un numeroso compendio de animales traídos de las regiones más remotas del continente americano, aunque no se conoce con exactitud la finalidad de éste. El zoológico contaba con fieras (jaguares, pumas, lobos, linces, zorros, ocelotes, coyotes y bisontes), aves (patos, garzas, guacamayas, loros, quetzales y flamencos), reptiles (serpientes, cocodrilos, ranas y sapos) gusanos y venados. Además, poseía un acuario y varios estanques con peces tanto de agua salada como dulce. Este zoológico era atendido por 600 personas que, además, se encargaban de estudiar y compartir el conocimiento de los animales.
Algunos nobles aztecas, en lugar de hacerlo en el calmécac, estudiaban en el cuicacalli, donde aprendían danza, música, oratoria y poesía. La poesía, indudablemente, reflejaba su medio ambiente: las flores, las aves y las piedras preciosas, entre otros. Los poemas se relacionaban estrechamente con la música y, en su mayoría, se transmitieron oralmente, ya que no llegaron a desarrollar un sistema avanzado de escritura porque carecían de un alfabeto. Su incipiente escritura se basaba en representaciones de su medio ambiente que se realizaban a través de dibujos. La siguiente imagen muestra estas representaciones pictográficas del medio ambiente que empleaban para comunicarse de forma escrita.
Para satisfacer sus necesidades alimentarias, los aztecas construyeron un sistema de chinampas, ya que las tierras no eran suficientes, aunado a la gran sequía que vivieron. Este sistema se carecterizaba por ser un conjunto de islas artificiales donde cultivaban maíz, frijol y chile, productos comunes en su dieta, y cacao, utilizado en especial como bebida afrodisiaca combinada con vainilla y miel.
Como pudimos ver en estas líneas, los pueblos mesoamericanos mostraban un respeto especial por este ecosistema diverso en el que habitaban y que era parte importante de su día a día, aunque no lo hayan comprendido del todo. Sin darnos cuenta, este legado mesoamericano aún nos rodea, y el mejor ejemplo es el nombre de nuestro querido país México, de origen náhuatl, que hace referencia al ombligo de la luna debido al reflejo de la luna sobre el agua. No obstante, también es un recuerdo de lo que aún nos falta por aprender de estas culturas y del entorno que nos rodea.
* Profesora de la Escuela de Pedagogía, Universidad Panamericana, campus Ciudad de México.
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