Silvia Collado y José Antonio Corraliza
Editorial CCS, Madrid, 2016
“Los edificios escolares no tienen ningún impacto sobre el rendimiento académico”, afirmaba recientemente el arquitecto y profesor de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid, Fernando Casqueiro, durante una mesa redonda sobre la transformación de patios escolares, organizada por la Escuela Superior de Diseño.
Al explorar los factores que favorecen o perjudican el aprendizaje y la labor educativa (algo que, por desgracia, no siempre se hace), muchos especialistas limitan su reflexión, como Casqueiro, al contexto familiar, social, económico y/o cultural donde nacen y crecen los alumnos. Sin embargo, cada vez son más los científicos que desde distintas disciplinas señalan la gran influencia de los entornos naturales y construidos sobre el desarrollo infantil.
El creciente distanciamiento del ser humano respecto de su medio natural está provocando, especialmente en los sensibles organismos infantiles, graves dificultades de adaptación. Son, sin lugar a dudas, las nefastas consecuencias de lo que el periodista norteamericano Richard Louv llamó “déficit de naturaleza” en su famoso libro Last Child in the Woods. Una necesidad que, por otra parte, ya había sido señalada reiteradamente a lo largo de la historia por eminentes pedagogos de la talla de Rousseau, Fröbel, Giner de los Ríos, Dewey y Montessori, entre otros.
La importancia acordada al ambiente, en general, ha desembocado en la noción de bienestar infantil y, en particular, de bienestar subjetivo, entendido como una sensación autopercibida de satisfacción física, mental y emocional que acompaña estados expansivos de relajación y felicidad. Un concepto que está tomando fuerza como condición previa y esencial para un auténtico aprendizaje y que empieza a introducirse también en las escuelas. No en vano los servicios de orientación de los centros escolares finlandeses actualmente se denominan “servicios de bienestar”.
La falta de contacto con el mundo natural también está en la base del grave “analfabetismo ecológico” que padecen nuestros hijos, y no favorece el desarrollo de una conciencia ecológica que promueva una cultura de sostenibilidad para el planeta. Todos estos fenómenos apuntan hacia la urgencia de revisar con profundidad los fines de la educación, en el marco de una nueva concepción del ser humano y de sus relaciones con la Tierra.
En esta obra, los psicólogos ambientales Silvia Collado y José Antonio Corraliza analizan la influencia del contacto con la naturaleza cercana, por un lado, sobre el bienestar y la sensación de estrés y, por otro, sobre las actitudes y los comportamientos ambientales de los niños y las niñas. En el primer capítulo revisan las principales contribuciones empíricas al estudio de las relaciones entre infancia y naturaleza. En el segundo presentan el complejo concepto de bienestar infantil a través de dos indicadores: los procesos de restauración de la capacidad de atención y la disminución del nivel de estrés percibido. También recogen evidencias de los beneficios del contacto con los entornos naturales y naturalizados sobre la coordinación motora o el incremento del nivel de autoexigencia. Y presentan los resultados de sus propios y originales estudios sobre los beneficios de la naturaleza cercana en el entorno de la casa y de la escuela. Un campo donde, desgraciadamente, aún existen pocas investigaciones con muestras infantiles. El tercer capítulo está dedicado a la formación de actitudes y comportamientos ambientales y revisa los hallazgos actuales sobre los sentimientos de conexión y vinculación con el mundo que producen las experiencias infantiles de contacto con la naturaleza. El cuarto formula algunas hipótesis sobre la relación entre experiencias en la naturaleza y protección ambiental, una de cuyas investigaciones se presenta en el quinto capítulo. Por último, el sexto capítulo es una recapitulación de las conclusiones más importantes de la obra.
Un trabajo con abundante información, reflexión y datos científicos, que bien puede servir de inspiración a maestros, profesores, orientadores y educadores en general que deseen aventurarse en esta nueva línea de intervención pedagógica. O bien para quienes, ya implicados en una experiencia innovadora relacionada con la naturaleza, necesiten confirmar y dar razón científica a sus intuiciones y sus preferencias.
Eso sí, siempre y cuando se abstengan de acuñar un nuevo trastorno del desarrollo, con fines diagnósticos, que represente un paso más en la tendencia actual a patologizar la vida en general y la vida de la infancia en particular.
* Reseña publicada originalmente como “Contacto verde” en Cuadernos de Pedagogía, núm. 468, junio de 2016.
Deja una respuesta