Adrián de Garay Sánchez
ANUIES, México, 2005
Hace más de una década que Adrián de Garay —investigador y rector de la Universidad Autónoma Metropolitana de Azcapotzalco (2005-2009)— emprendió una exploración sobre los actores menos estudiados del escenario de la educación superior: los estudiantes. Se reseña este texto porque es un clásico, original e interesante, que se convertido en un referente para una fructífera línea de investigación. Con encuestas, entrevistas y grupos de foco el autor recoge datos de casi 10,000 estudiantes matriculados en instituciones de educación superior (públicas, privadas y tecnológicos) ubicadas en diversas ciudades del país, de Baja California a Yucatán, del Pacífico al Golfo, para conocer y detallar el tránsito de los alumnos por la universidad. Hay hallazgos sorprendentes que indican que entre la cultura académica que imponen las instituciones y la cultura juvenil donde están inmersos los estudiantes hay una brecha o fragmentación que los aleja de experiencias universitarias significativas y logros académicos adecuados, causantes muchas veces de deserción y trayectorias discontinuas. En sus programas culturales la universidad no se acerca a la cultura juvenil. Sin importar instituciones y regiones geográficas hay alumnos poco comprometidos con sus estudios, y aunque acuden regularmente al aula, 52% de los institutos tecnológicos y 43% de universidades públicas y privadas reportan que “nunca” o “casi nunca” preparan sus clases. “Preparar la clase” supone leer y hacer tareas. Incluso se calcula que por 25 horas de clase-pizarrón semanales el alumno tiene que trabajar unas 12 horas fuera del aula. ¿Ocurre esto? Adrián de Garay indica que sólo 16% de los estudiantes de universidades públicas, 15% de privadas y 10% de los institutos tecnológicos dedica más de 10 horas a la semana a tareas y lecturas, cuestión esencial cuando se hace una carrera. Una posible explicación se encuentra en las 20 horas semanales que muchos dedican a alguna actividad laboral. Unos 32 de cada 100 estudiantes en universidades públicas y 27 de cada 100 en privadas combinan sus estudios con un trabajo. ¿Cómo lograr entonces una educación de calidad, si no dedican el suficiente tiempo a ello? El autor piensa que las instituciones de educación superior pueden implicarse mucho más y mejorar currículos desarticulados, disminuir el excesivo formalismo y preparar a sus profesores que muestran una insensibilidad cognitiva.
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