¿La aplicación de una prueba de lápiz y papel, en un único día, y centrada en un número reducido de asignaturas, realmente permite evaluar el aprendizaje de los alumnos? El autor se lanza contra la idea de que exista un único modelo educativo válido, cuyos resultados se midan a través de metodologías reduccionistas.
La burocracia de las nuevas bases de datos con los resultados de test, con los cuales organismos economicistas como la OCDE (PISA) o la IEA (PIRLS, TIMSS) están evaluando a los centros escolares —y cuyos resultados se hacen públicos de un modo muy impactante, en una rueda de prensa de ámbito mundial para atraer la atención de todos los medios de comunicación de los países implicados, como presumiblemente harán las autoridades del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte con la política de reválidas que incluye la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa— funciona cual bomba informacional, según la terminología de Paul Virilio.
Los resultados, vehiculados por los media, normalmente de manera acrítica y sin mayores contrastes, sirven para lanzar toda clase de reproches y contribuyen a generar y a administrar una cultura del fracaso y del miedo entre el profesorado, en especial de centros públicos y, por supuesto, entre las familias y la ciudadanía en general.
Esta estrategia pretende, asimismo, imponer concepciones tecnocráticas de lo que es educar, pero sin hacerlas explícitas, y lo que es más importante, haciendo creer a la población que ése es el único modelo educativo válido.
Estamos ante una estrategia de evaluación muy reduccionista, basada en la aplicación al alumnado de una prueba de lápiz y papel, en un único día, y centrada en un número muy reducido de asignaturas. Se echa por tierra el trabajo, que en las últimas décadas se viene reivindicando, de apostar por evaluaciones continuas, con metodologías cualitativas, estudios de caso e investigación-acción, dedicadas a averiguar de manera más relevante, y a profundad, dónde están los puntos fuertes y débiles de cada estudiante, del trabajo docente y de las instituciones escolares, con el fin de remediar los déficits y mejorar.
El propósito de una verdadera evaluación es generar motivación y aprendizajes. Como decía Jean Piaget, los errores son educativos en la medida en que nos ayudan a escrutar lo que venimos haciendo y a ensayar otras alternativas, corrigiendo el rumbo de la situación y, por lo tanto, aprendiendo todos, estudiantes y docentes.
Notas
* Director del Departamento de Pedagogía y Didáctica de la Universidad de La Coruña.
** Publicado originalmente como “Evaluaciones cual bombas informacionales” en Cuadernos de Pedagogía, núm. 455, abril de 2015.
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