Trabajar en el desarrollo de la competencia emocional favorece el buen clima del aula, incrementa la motivación y el interés de los alumnos por el aprendizaje, y ayuda en su desarrollo como personas. Por tanto, hay que apostar por un cambio escolar integral, en los valores y en la práctica, y no limitar la labor docente al currículo, sostiene al autor.
La política educativa, de acuerdo con la corriente ideológica imperante, ha desarrollado a lo largo de su historia diferentes enfoques que refrendan o atacan unos principios y fines que marcan el devenir de la educación.
En las diversas leyes educativas ha predominado, en su discurso político, el contenido curricular por encima de los valores y las competencias emocionales. Ante esta situación de olvido manifiesto de la educación emocional, el profesor se convierte en el verdadero agente de cambio, la figura capaz de transformar una política educativa marcada por los principios academicistas y economicistas. Si desde los agentes directores se ve apoyo hacia los aprendizajes memorísticos y hacia el desarrollo exclusivamente curricular, el profesor deberá volver a pensar qué tienen que aprender los niños, qué capacidades son importantes que desarrollen y por qué, de manera que todo eso lo lleve a un replanteamiento de su práctica hacia un mejor desarrollo en valores del educando, con el fin de reforzar su capacidad emocional y no sólo intelectual, considerando las actitudes como factores de avance, por encima de las variables aptitudinales.
Es evidente que el profesor es, o al menos debe intentar ser, el verdadero agente de cambio. Con base en su trabajo, en su investigación en la su acción y en su innovación, debe hacer posible un cambio educativo que lleve a demostrar que la escuela cumple la misión que se espera de ella: ayudar al desarrollo de la persona.
A través de la innovación lograremos el objetivo; pero todos sabemos que no es una tarea fácil y que se trata de un largo camino, en algunos tramos algo pedregoso, y en otros, quizá, bastante nublado, pero que es un camino que debemos andar, desde el aula, la organización de los centros, la dinámica de la comunidad educativa y la propia cultura docente. Todo lo anterior debe llevar, primero, a cuestionar y después a cambiar, si se cree necesario y conveniente, las concepciones y las actitudes, alterando métodos e intervenciones y mejorando o transformando, según los casos, los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Sin embargo, es fácil comprobar que diferentes miembros de la comunidad educativa consideran que la adquisición de conocimientos es el fin principal del sistema educativo y, desde diferentes instancias, se pide mayor esfuerzo al desarrollo cognitivo, obviando la dimensión emocional de la persona.
Calidad sin límites conceptuales
Todo proceso de reforma educativa trae consigo una serie de cambios, situaciones y exigencias, y el profesor acaba siendo el elemento primordial en su desarrollo. El docente tiene mucho que ver en el entramado político de las reformas educativas y tiene mucho que decir en ese debate de la calidad educativa por la que todos los gobiernos dicen estar interesados, pero que no parece que la encuentren en su justa medida, o al menos no van en la misma línea. De una forma o de otra, la cuestión de la calidad en la educación se complica a la hora de pretender limitarla conceptualmente, ya que acaba atribuyéndosele un significado diferente, dependiendo del enfoque y de los grupos de interés, por un lado, y según se hable de los resultados o de los procesos, o de para quién y para qué es esa calidad, por otro lado.
La preocupación por la calidad prevalece en las relaciones sociales y económicas y toma especial fuerza en una sociedad plural inmersa en una política de mercado que busca alto rendimiento y justifica la competencia y la selección de los mejores. Esa misma idea, tomada del ámbito mercantilista, se traslada al ámbito educativo, centrándose en la interacción entre los proveedores y los usuarios, introduciendo conceptos de eficiencia y eficacia.
Alejarse de criterios de eficacia
El profesor no puede entrar en este discurso; debe alejarse de la idea de rentabilidad en términos de resultados académicos, ya que lo que la sociedad necesita, además de buenos profesionales, es fundamentalmente ciudadanos íntegros, con un buen desarrollo emocional.
Desde este enfoque de una educación total, íntegra, toma especial importancia la educación de los sentimientos, relacionados con la autoestima y con la propia motivación por el logro del educando. Se trata de educar para vivir en sociedad, aceptando las diferencias y fomentando el trabajo en equipo y la comprensión del otro.
La crisis de valores actual, que se percibe en el contexto social, el aumento de conductas violentas, tanto en los centros educativos como fuera de ellos, la falta de disciplina y motivación de los estudiantes, así como el incremento de actitudes intolerantes, llevan a un replanteamiento de la función del profesorado y a una reformulación de los objetivos globales del sistema educativo.
Un profesorado formado emocionalmente
Para incidir en los cambios que se acaban de explicitar hay que valorar conjuntamente el currículum que habría que desarrollar y el modelo de formación del profesorado que se precisa, y que pasa, evidentemente, por formar al profesorado en competencia emocional, reconociendo y aceptando los sentimientos y las emociones como currículo oculto del profesorado, superando la supuesta visión negativa de las manifestaciones de emociones y sentimientos en el aula.
Por todos es sabido que para alcanzar el mejor rendimiento de la persona es importante contar, de una manera u otra, con un buen desarrollo emocional y con una estabilidad afectiva e interna que ayude a afrontar cualquier situación o reto en el proceso de aprendizaje. En este sentido, el Informe Delors (UNESCO, 1998) afirma que la educación emocional es un complemento indispensable en el desarrollo cognitivo y una herramienta fundamental de prevención, ya que muchos problemas tienen su origen en el ámbito emocional.
En el discurso del profesorado es habitual encontrar, como motivo de los problemas de aprendizaje y de convivencia, la escasa motivación de los alumnos, que se traduce en un aumento de los comportamientos disruptivos. Ante esta situación, el docente dirige la mirada a la sociedad como causante de estos hechos, a la crisis de valores, a la propia crisis socio-familiar y a muchos elementos, aparentemente externos a la escuela, que lo lleva, en definitiva, a no abordar el tema con la seriedad que debiera.
El autoconocimiento, la empatía, la comunicación asertiva, la mutua confianza, la autoestima, las habilidades sociales o la cooperación, son sólo algunos aspectos tratados por la educación emocional y hacia ellos debemos dirigir nuestra labor docente. Tenemos que potenciar el desarrollo de competencias emocionales a través de estrategias de enseñanza en las que los valores humanos se adueñen de un contexto educativo marcado por la competitividad y la selección de los mejores, entendidos éstos como los que obtienen las máximas puntuaciones en los exámenes y, por ende, las mejores calificaciones en todas las áreas.
Desde este punto de vista, el papel de los docentes es mucho más clave, si cabe, en la educación del alumnado, ya que éste tiene la oportunidad de observar un modelo de aprendizaje socioemocional en el aula y en el centro, con un profesor cercano al alumno, que prioriza el bienestar del grupo para avanzar en el aprendizaje.
Producir mensajes en positivo
La sociedad, en general, y las familias, en particular, miran hacia los profesores como los únicos artífices del cambio. Desean que sean competentes en su oficio, no sólo por sus conocimientos científicos sino por que transmitan valores humanos que ayuden a sus hijos a mejorar su autoestima, a conocerse, y a aceptar sus sentimientos y sus sensaciones. Todo esto pasa por la producción de mensajes en positivo, sacando verdadero provecho de la comunicación verbal y no verbal, escuchando, respetando y comprendiendo, así como generando un clima de aula en el que predomine la relación personal y humana, y se muestre interés por el desarrollo complejo del día a día en nuestro contexto socio-familiar. Preguntas tan sencillas, como “¿qué tal te va?”, “¿cómo estás?” pueden ser una buena introducción para el comienzo de clase.
Combinar lo curricular con lo afectivo
Así pues, teniendo en cuenta lo dicho hasta ahora, es importante que los docentes creamos que una buena combinación entre lo curricular y lo afectivo nos puede llevar a conseguir mejores resultados con el alumnado, resultados entendidos en su máxima expresión.
Los profesores debemos tener en cuenta que trabajar en el desarrollo de la competencia emocional favorece el buen clima del aula, incrementando la motivación y el interés de los alumnos por el aprendizaje y ayudando en su desarrollo como personas.
De igual forma, debemos tener claro que limitar nuestra labor educativa a la impartición de las 18 o 20 lecciones que recoge un libro de texto es reducir en extremo nuestra función docente, es dejar nuestra labor pedagógica en un proceso reproductor de conocimientos, a veces alejados de la realidad contextual. En definitiva, es olvidar que el desarrollo personal crece a la par del desarrollo formativo y que ambos reciben su influencia, para un lado o para otro, y es que, en realidad, la educación no se presenta como un suceso individual, sino que influye en ella toda una serie de conexiones con la sociedad exterior y con el fluir interior de la persona.
Debemos apostar por un cambio escolar integral, un cambio en los valores y en la práctica, que todos los miembros del equipo educativo afronten con profesionalidad, incluso en aquellos casos en que puedan no aceptar los valores que subyacen a todo aquello que implica el cambio a nivel personal. Ese cambio debe reflejarse en el proyecto educativo de centro, para recoger los principios que, como equipo, son asumidos por todos.
Para saber más
- Agulló, M. J., et al. (coords.) (2010), La educación emocional en la práctica, Horsori/ICE, Barcelona.
- Bisquerra, R. (2009), Psicopedagogía de las emociones, Síntesis, Madrid.
- Carbonell, J. (2001), La aventura de innovar. El cambio en la escuela, Morata, Madrid.
- ——— (2002), «El profesorado y la innovación educativa», en P. Cañal de León (coord.), La innovación educativa, Akal, Madrid.
- Delors, J. (1996), La educación encierra un tesoro, UNESCO/Santillana, Madrid.
- Fernández‐Abascal, E. (coord.) (2008), Emociones positivas, Pirámide, Madrid.
- Gimeno Sacristán, J. (1992), “Reformas educativas. Utopía, retórica y práctica”, Cuadernos de Pedagogía, núm. 209.
- ——— (1993), “El profesorado de la reforma”, Cuadernos de Pedagogía, núm. 220.
- Goleman, D., et al. (2002), El líder resonante crea más, Plaza & Janés, Barcelona.
- Pedró, F., e I. Puig (1999), Las reformas educativas: una perspectiva política y comparada, Paidós, Barcelona.
- Soler Nages, J. L. (2003), El principio de comprensividad en educación secundaria: discurso del profesorado y práctica educativa, CESA, Zaragoza.
- ——— (2005), “Comprensividad y atención a la diversidad: el profesor como agente de cambio”, Anales XIII, vol.1, UNED/Calatayud, Zaragoza.
* Doctor en ciencias de la educación, profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de Zaragoza y orientador en educación secundaria. Artículo publicado originalmente en Cuadernos de Pedagogía, núm. 442, febrero de 2014.
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