Durante esta pandemia, más que preocuparnos por que los estudiantes aprendan contenidos curriculares, es momento de fomentar en ellos la solidaridad y qué mejor forma de hacerlo que a través del aprendizaje-servicio, un método que implica aplicar lo aprendido para resolver una necesidad real a través de un servicio a la comunidad.
Parto del supuesto de que todos podemos aprender siempre y cuando se cuente con las condiciones para que esto sea posible. En el momento que escribo este artículo estamos viviendo una pandemia que nos obliga a repensarnos como personas en nuestros vínculos dentro de las instituciones de las que formamos parte. Pienso, en particular, en la escuela, sus fines, su estructura y sus métodos. ¿Por qué seguimos preocupados de que las y los estudiantes aprendan contenidos curriculares? ¿Por qué parece que le damos poca importancia al llamado a la solidaridad que nos convoca esta epidemia? Una vez asumida la importancia de trabajar en el desarrollo de la solidaridad entre el alumnado, ¿cómo hacer para promoverla en estos tiempos desde la escuela?
Una condición de posibilidad para el desarrollo y la promoción de la solidaridad (entre otros valores) es el método pedagógico del aprendizaje-servicio (ApS). Este método implica la puesta en marcha de aprendizajes para resolver una necesidad real a través de un servicio a la comunidad. Esto implica necesariamente el reconocimiento del otro, de la otra, de sus problemáticas, y nos interpela para hacernos parte de la resolución. No desconocemos que existen otros métodos que también tienen como fin el desarrollo de valores. Sin embargo, en el ApS éstos se explicitan y se intencionan justamente a partir del servicio. Se reconoce que el hecho de “dar el servicio” implica recibir también, pues lo que debemos promover es una relación horizontal en la que, al servir, aprendemos.
Este método pedagógico tiene sus fundamentos teóricos en la escuela activa; sin embargo, consideramos necesario retomar un fuerte referente, como es la pedagogía social, puesto que ésta “más que dirigir su mirada hacia contenidos o saberes disciplinares, fija su atención en la dimensión social, cultural, política, cívica, etcétera, de quién y con quién actúa, dónde, por qué y para qué lo hace; es decir, de los contextos y de quienes los protagonizan como sujetos o agentes de una determinada práctica educativa…” (Caride, Gradaílle y Caballo, 2015, p. 6).
Retomando lo anterior, reconocemos y valoramos en el aprendizaje-servicio la posibilidad de impulsar la participación protagónica de los actores involucrados. Entonces es un método privilegiado para promover la participación, que no se limita a reconocerla como un derecho, sino que se promueve como un proceso educativo que desarrolla cuatro dimensiones: una dimensión social, al estar en contacto con las necesidades del entorno; una dimensión política, al implicarse como actor social en la resolución de éstas; una dimensión pedagógica, al hacer explícitos los aprendizajes curriculares y no curriculares que se ponen en práctica, y una dimensión psicológica, al interactuar con el grupo y recibir retroalimentación de lo que se hace dentro del mismo potenciando la autoeficacia y la autoestima.
Entendida así la participación dentro de este método, permite también promover la inclusión educativa, pues cada persona del grupo debe poner en marcha sus potencialidades para llevar a cabo el proyecto apreciando de esta manera lo que cada uno es, lo que cada quien aporta, superando la idea del déficit como obstáculo para promover el aprecio por las diferencias.
Además de lo anterior, la participación protagónica que se promueve mediante el ApS, permite repensar los límites de la escuela, en el sentido amplio y específico del término; esto es, en la actualidad vivimos una escuela de puertas cerradas y pocas veces lo que se aprende en la escuela tiene una “aplicación” en la vida cotidiana del alumnado. Por otra parte, los educadores asumimos la “influencia” —generalmente negativa— que tiene el contexto sobre la escuela; sin embargo, pocas veces reflexionamos en el sentido contrario, y pocas veces estamos dispuestos a asumir el reto de que la escuela sea la institución que influya en los cambios que requieren las comunidades. Así que con el ApS podemos generar esta reflexión. Abrir la escuela a la comunidad y a sus problemáticas implica reconocer la realidad de los que habitan ahí, reflexionar sobre ello y hacer propuestas de mejora o de cambio. De esta manera se establecen relaciones de cooperación entre los miembros de la comunidad y se desdibujan los límites de la escuela, revalorando la cultura y la vida cotidiana del alumnado y de sus familias y generando una relación bidireccional que fortalece a las comunidades y a las instituciones escolares.
Así el aprendizaje en servicio puede vislumbrarse como una estrategia expansiva y transformadora pues no sólo hace posible la adquisición de contenidos curriculares, sino que, al promover la participación protagónica, desarrolla valores y promueve la inclusión y el vínculo con las comunidades. Pugnamos por el uso de esta metodología en estos tiempos difíciles que nos ha tocado presenciar.
Para saber más
- Claride, J., R. Gradaílle y M. Caballo (2015), “De la pedagogía social como educación, a la educación social como pedagogía”, Perfiles Educativos, vol. XXXVII, núm. 148, suplemento 2015, pp. 4-10.
- Ochoa, A., E. Díez-Martínez y P. Garbus, P. (2020), “Análisis del concepto de participación en estudiantes de secundaria”, Sinéctica, núm. 54, en https://sinectica.iteso.mx/index.php/SINECTICA/article/view/1005.
- Ochoa, A. (2019), “El tipo de participación que promueve la escuela, una limitante para la inclusión”, Alteridad. Revista de Educación, 14 (2), pp. 184-194, en https://alteridad.ups.edu.ec/index.php/alteridad/article/view/2.2019.03.
- Ochoa, A., y L. Pérez (2019), “El aprendizaje-servicio, una estrategia para impulsar la participación y promover la convivencia”, Psicoperspectivas, 18 (1), pp. 1-13, en https://www.psicoperspectivas.cl/index.php/psicoperspectivas/article/view/1478.
* Docente investigadora en la maestría en educación para la ciudadanía de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Querétaro y coordinadora del Observatorio de la Convivencia Escolar de la Universidad Autónoma de Querétaro. Artículo publicado originalmente en Cuadernos de Pedagogía, núm. 511.
Balazo
Abrir la escuela a la comunidad y a sus problemáticas implica reconocer la realidad de los que ahí habitan, reflexionar sobre ello y hacer propuestas de mejora o de cambio.
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