David Bueno, director de la Cátedra de Neuroeducación de la Universidad de Barcelona, reflexiona sobre el papel de la memoria en los aprendizajes y reivindica una unión entre neurociencia y educación que ayude a los maestros, los centros educativos y las estructuras estatales a potenciar currículos y formas de hacer que estimulen la capacidad innata que tenemos los seres humanos para aprender.
¿Qué papel juegan la memoria y el aprendizaje en la adquisición de conocimientos durante las distintas etapas educativas de un niño?
Ambos juegan un papel clave; sin aprendizaje no hay memoria y la memoria es lo que utilizamos para desarrollar esos mismos aprendizajes. El papel que juegan en las diferentes etapas de desarrollo depende de cada etapa. En general, se suelen clasificar tres grandes etapas, sabiendo que las fronteras son difusas y dependen mucho de cada persona, de su ritmo de desarrollo y maduración.
En una primera etapa, hasta los tres o cuatro años, lo que se aprende, sobre todo, es el entorno más inmediato, especialmente el entorno social, que queda almacenado en el cerebro. Lo que el cerebro busca es integrar el entorno donde se está viviendo, mayormente para aprender a anticiparse a lo que sucede, cómo funciona la sociedad, cómo se comportan las demás personas para posteriormente encajar en ese mismo ambiente. Es la etapa más importante para el comportamiento que vamos a tener después, cuando seamos adultos, para la percepción que tendremos de nosotros mismos, de nuestro entorno y cómo nos vamos a relacionar con éste.
Hay una segunda etapa que empieza sobre los tres o cuatro años y termina sobre los once años. El cerebro ya empieza a priorizar aprendizajes que después podrá evocar a voluntad o podrá recuperar las memorias que le hayan generado; las podrá utilizar de forma consciente. Es la etapa más importante para las destrezas académicas, las competencias básicas…
La última etapa sería a partir de la adolescencia, que es cuando el cerebro prioriza los grandes aprendizajes y antepone conexiones que integran muchas áreas cerebrales diferentes, que es la mejor manera para recordar lo que se aprende, sobre todo para después poder utilizarlo con mayor eficiencia, lo que significa poder utilizarlo en distintas situaciones y contextos en los cuales lo has aprendido.
¿Se puede acompañar a niños y niñas a lo largo de su desarrollo para que configuren su memoria de la manera más adecuada?
Por supuesto; no sólo se puede sino que se les debe acompañar. Hay un aspecto muy importante de la memoria y es que en ella no sólo almacenamos todo aquello que aprendemos: también almacenamos la forma como lo hemos ido aprendiendo, y este “cómo” es muy importante. De hecho, esta guía educativa de los aprendizajes debería estar mucho más concentrada en el “cómo” que en el “qué”. El “qué” es importante porque socialmente valoramos unos conocimientos más que otros, por el motivo que sea, pero este “cómo” es fundamental; es lo que hace que posteriormente haya personas con más predisposición a afrontar las novedades con miedo y sin embargo otras las afronten con curiosidad. Eso es lo que en gran medida acaba determinando cómo vamos a ser cuando seamos adultos.
Esto es lo que se ve ahora con la crisis del coronavirus: es una novedad que nadie esperaba. Hay personas con auténtico pánico y ansiedad por lo que pueda pasar y otras que se protegen pero, aún con todo, siguen activas. Es otra forma de responder ante las incertidumbres del entorno.
En esa configuración de la memoria, ¿qué papel juega la familia en la inteligencia?
La familia tiene mucha importancia, igual que el sistema educativo, los maestros en concreto y la sociedad en general. Al final, la educación es como un castillo que se va construyendo con muchos protagonistas diferentes y cada uno tiene una parte de ese gran pastel de la educación de una persona. En el centro educativo se hace mucho, pero la familia es donde se establecen, muchas veces, los parámetros básicos.
¿Y la genética?
Tiene cierto peso. El genoma humano está formado por unos 20,300 genes; todos los tenemos, pero tenemos distintas variantes para éstos que lo que hacen es que haya personas con más predisposición, que no significa determinismo, y ahí está la gracia. Con más predisposición para la creatividad, la musicalidad, la lingüística, la lógica y la matemática; para la empatía, la capacidad de socialización, la inteligencia… Personas con más y personas con un poco menos, según la genética de cada uno.
Partimos de situaciones y genéticas diferentes, pero todas las personas pueden crecer en todo, si la educación es adecuada, o las podemos mutilar totalmente si no lo es. De modo que la genética cuenta, pero a lo que realmente debemos dedicar esfuerzos es a la educación, claro.
Y en ese esfuerzo de la educación, ¿cómo enseñar al alumno a aprender desde la escuela y, sobre todo, a utilizar lo aprendido?
A aprender no hay que enseñarle, porque aprender para los seres humanos es un instinto. Tenemos el instinto de aprender y no lo podemos evitar: aprendemos cada día. De hecho, aprender es el principal instinto de supervivencia que tenemos como especie. Sobrevivimos no porque tengamos uñas poderosas, colmillos largos, ni piernas veloces; cualquier animal nos supera en un aspecto u otro. Sobrevivimos como especie biológica porque aprendemos y este aprendizaje nos sirve para anticiparnos a cualquier situación futura.
No hay que enseñar a aprender; hay que hacer que no pierdan capacidades de aprendizaje, porque según cómo sea el sistema educativo lo que estamos haciendo es mutilar o no esas capacidades. Un sistema educativo que haga aprender las cosas de memoria y porque sí, sin razonamiento, sin reflexión, sin que se vea una aplicabilidad futura de eso que se está aprendiendo, sólo para superar exámenes, pierde valor.
Hablemos de memoria y tecnología y del papel que deben jugar ambas en las futuras generaciones. ¿Cómo resolver esta ecuación?
Como cualquier ecuación, hay que mantener la igualdad entre ambos factores porque están a un lado y a otro.
En el siglo XIX, cuando empezó a haber escuelas para la mayoría, la memoria era clave porque no había ningún otro soporte para manejar y almacenar la información. Pero ahora tenemos la memoria en la nube.
Aunque la memoria es importante porque necesitamos saber una serie de datos claves que nos permitan organizar cualquier nueva información, cualquier nuevo aprendizaje de forma correcta, ya no necesitamos recordar tantos detalles, porque podemos externalizarlos en esta memoria colectiva que hemos generado. Lo importante es discriminar cuáles son los puntos claves que sí debemos memorizar para seguir organizando nuevos aprendizajes y saber utilizar la memoria colectiva digital que hemos creado para rellenar estos huecos cada vez que nos haga falta y en función del camino que elija cada uno.
¿Qué aporta la neurociencia al mundo del aprendizaje en la escuela y cómo enseñar al cerebro a interpretar lo que percibe?
Lo que aporta la neurociencia es la comprensión de por qué hay estrategias pedagógicas que funcionan y otras no, y por qué algunas estrategias que parece que funcionan a corto término pueden tener efectos devastadores a mediano y largo plazos. Aprendemos con el cerebro; lo que nos permite la neurociencia es entender cómo funciona y cómo los distintos sistemas educativos influyen en la construcción y en la reconstrucción de éste.
En mi opinión, ésta es una de las mejores aportaciones que se están haciendo desde la neurociencia o desde la neuroeducación, que es esta mezcla de ciencia y educación.
¿Sería necesario un cambio de currículum en los centros educativos para que la población infantil y juvenil adquiera un aprendizaje mejor?
Creo que sí. Una revolución no; ya llevamos tiempo cambiando el sistema educativo y creo que los cambios, en general, están yendo hacia la dirección correcta, pero sí que hay que continuar cambiando. Por ejemplo, no tienen sentido unos currículos a veces tan densos que los maestros tienen que dedicar más tiempo a transmitir el “qué” del currículo que el “cómo” lo están transmitiendo.
Los currículos deberían vaciarse de contenido un poco, sin disminuir su dificultad, que es algo que siempre se dice: que si vaciamos un poco los currículos será más fácil y aprobarán todos. La dificultad ya es más o menos correcta, pero deberíamos porporcionar menos cantidad de conocimientos para que tengamos más tiempo de disfrutar y experimentar aquellos que se adquieran, para que cada centro educativo busque sus propios caminos dentro de este contexto general, que despierten la curiosidad, el interés, la motivación de sus alumnos. Si no, las horas pasan tan rápido que no hay tiempo para disfrutar de lo que aprendemos, y eso es lo que poco a poco va matando las ganas de aprender. Creo que uno de los principales cambios debería ir enfocado hacia esa dirección: dar tiempo para que se disfrute lo que se está haciendo.
En el mundo actual, donde la innovación es la palabra por excelencia que debemos aplicar en cualquier ámbito, ¿cuáles serían los elementos que resultan verdaderamente innovadores de los aprendizajes en el aula?
Desde que se empezó a usar elementos de la pedagogía moderna, aprendizajes “innovadores” no es que queden muchos; da igual el apellido que le pongamos, ya sea el método Montessori o el que sea. Eso son las aplicaciones concretas que se han hecho en ambientes sociales, históricos y culturales determinados, pero la pedagogía moderna ya propone el uso de lo que desde la neurociencia se ve que es más eficiente.
Por ejemplo, una estrategia innovadora es el trabajo colaborativo. El trabajo colaborativo no excluye el trabajo individual, que también es un error muy común. El trabajo colaborativo implica que cada alumno del grupo tenga una tarea ligeramente diferente a la de los demás y deba prepararla, lo cual significa trabajo individual. Cada uno es responsable de una parte del conocimiento común y cuando se construye la globalidad del conocimiento entra en función lo que se llama el cerebro social, que no es un cerebro, sino todas las zonas cerebrales que están activas cuando estamos con otras personas y que permiten integrar mucho mejor todos los conocimientos que se están trabajando.
¿Cómo valoras los aprendizajes en los espacios no formales?
Son importantes porque permiten a cada niño encontrar su propio sitio en la sociedad. La escuela, por necesidad, muchas veces tiende a ser un poco uniformizadora; todos los que van a tercero de primaria hacen una serie de cosas parecidas, porque si no, es muy complicado gestionar un aula con 25 alumnos haciendo cada uno lo que le interesa. Pero cada persona es diferente. Los aprendizajes no formales permiten que cada persona continúe aprendiendo, pero ya enfocada hacia lo que son sus gustos, sus preferencias, sus capacidades, siempre y cuando estos aprendizajes no formales no signifiquen una carga o un peso.
Hay estudiantes que tienen todo el día programado sin tiempo para aburrirse: salen del colegio y tienen una hora de idiomas, luego otra hora de baile o de karate. Después en casa tienen deberes, luego van a cenar y a dormir. Todos los días, niños, adolescentes, jóvenes y adultos deberíamos tener un buen rato para aburrirnos. Aburrirse significa no tener nada programado para hacer. Como estar sin hacer nada no nos gusta, ya buscamos qué hacer, pero es este buscar “qué hacer” un estímulo importante para la creatividad, para la innovación, para el rélax; depende de qué decidamos cada día.
¿Se puede estimular el cerebro a lo largo de los años? ¿Mantiene la plasticidad neuronal? ¿Se pueden seguir mejorando las capacidades básicas?
Sí, el cerebro es plástico durante toda nuestra vida. Ésta es otra de las aportaciones que ha hecho la neurociencia estas últimas décadas. Antes se decía que el cerebro sólo era plástico hasta la juventud y ahora se ha visto que no, que seguimos haciendo nuevas conexiones toda la vida. Lo que sí es cierto es que cuanto más mayores somos, menos conexiones hacemos, pero siguen haciéndose siempre y eso implica que podemos reconducir, a lo largo de nuestra vida, cualquier aprendizaje y actitud que tengamos. De ahí la gran importancia de mantener abiertos estos canales. Mantenerlos abiertos por simple placer, por curiosidad, debería ser uno de los elementos claves definidores de la educación del siglo XXI. Simplemente por eso, porque podemos ir perfeccionando, cambiando, aprendiendo cosas nuevas toda la vida.
David Bueno es doctor en biología. Ha sido investigador en la Universidad de Oxford y ha realizado estancias en la Universidad de Innsbruck (Austria) y en el European Molecular Biology Laboratory de Heidelberg (Alemania). En 2010 fue reconocido con el Premio Europeo de Divulgación Científica y en 2018 con el Premio Magisterio por su contribución a la neuroeducación.
* Periodista. Fundación Trilema. Entrevista publicada en Cuadernos de Pedagogía, núm. 509, mayo de 2020.
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