“Lucha”, “desobediencia” y “resistencia” son algunas asignaturas propuestas por la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), en el marco de la creación de un proyecto educativo que se cimenta en las bases del rencor hacia el pasado y la preservación de sus privilegios y canonjías. Todo arropado en una falsa ideología marxista.
No indignan las ideas caducas, ni la pretensión por instaurar un adoctrinamiento escolar. Tampoco escandaliza la imagen de profesor guerrillero, ni los bloqueos al Palacio Legislativo de San Lázaro o al Senado de la República. Esto lo hemos visto desde 1979, cuando nació la CNTE.
Lo que sí sorprende es que el Estado empodere a un grupo disidente y minoritario que pretende educar en la violencia. Sorprende que la CNTE se imponga y redacte, a contentillo, las leyes secundarias de la reforma educativa, haciendo de éstas una contrarreforma laboral, que prevé la posibilidad de asignar plazas de manera directa y definitiva a los normalistas de escuelas públicas y elimina el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación y el Instituto Nacional de Infraestructura Física Educativa.
Las leyes avaladas por la CNTE, además de contradictorias, fomentan la corrupción en el interior del sistema y vaticinan el regreso de la venta de plazas y la desarticulación absoluta de un principio meritocrático, para instaurar otro de corte clientelar. Todo, a costa del desarrollo social y económico del país.
Esto es algo que el secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma, se ha cuidado de negar pues, en más de una ocasión, ha argumentado que la reforma no fue creada por la Coordinadora sino, más bien, se construyó a través de los foros y las consultas que atendieron los intereses de la sociedad. Afirma, además, que habrá transparencia en la designación de plazas y consolidará un nuevo sistema que dará resultados tangibles en el aprendizaje de los educandos a corto plazo. Esperamos que así sea, pero la arquitectura institucional, creada por los cambios legales aprobados recientemente, y el poder real de la CNTE no dejan espacio para el optimismo.
Lo que parece hasta hoy es que se impone la CNTE. Incluso, por encima del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) que, como advierte su dirigente Alfonso Cepeda Salas, siempre ha privilegiado el diálogo pacífico con las autoridades. El padre de familia, sin embargo, debe preguntarse si la SEP y el SNTE no han sido cómplices silenciosos de esta tragedia.
La enseñanza no está en las marchas, tampoco en el adoctrinamiento ni en el régimen laboral del profesor. El aprendizaje de una niña o un niño se encuentra en la formación de un pensamiento crítico, y en esto el elemento más importante dentro del sistema educativo es el docente. Por esta razón, abandonar la evaluación para la selección de los docentes es equivalente a abandonar la posibilidad de construir un futuro mejor.
Las últimas acciones de la CNTE son preocupantes porque refieren una desarticulación del Estado de Derecho. Hoy, un grupo conformado por aproximadamente 10 por ciento del total de los profesores del país, decide el futuro de México: ¿dónde están los legisladores?, ¿a quiénes representan?, ¿a los alumnos, a los padres de familia y a los profesores comprometidos?, ¿responden a berrinches infundados? Esta reforma, ¿realmente sirve a los intereses de la Secretaría de Educación Pública o a la mayoría de los profesores del país? ¿O ellos se someten a los grupos disidentes?
La aprobación de esta polémica reforma deja en el tintero una difícil pregunta: ¿quién ostenta el poder? Los últimos acontecimientos revelan que la ley se crea al gusto de quien la quiebra. Ya no sorprendería que el día de mañana inscribieran con letras de oro en el Muro de Honor de San Lázaro la palabra CNTE.
Ángel M. Junquera Sepúlveda
Director
Deja una respuesta