La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) se ha caracterizado por ser el microcosmos de la sociedad. En ella confluyen diferentes estratos sociales, ideologías políticas, valores e intereses de una sociedad.
En los últimos meses, ha surgido un movimiento que busca reivindicar los derechos de la mujer en la Máxima Casa de Estudios, frente a los actos de violencia, discriminación y acoso que sufren las mujeres dentro de la universidad. Esta violencia flagela a toda la sociedad. Denunciarla y resistirla es parte de un movimiento global.
El paradigma de relación entre hombres y mujeres está cambiando. Debemos trabajar para que éste constituya una relación más respetuosa.
El movimiento feminista implica exigencias de toma de decisiones, de visualización de problemas y análisis de nuevos escenarios en los que se desenvuelvan las relaciones entre los miembros de la comunidad universitaria. El reclamo es, por tanto, legítimo.
La Universidad Nacional Autónoma de México no podría estar exenta de reclamos, denuncias y marchas que condenan el hermetismo y la falta de consecuencias frente a las agresiones de las que han sido víctimas alumnas, profesoras, funcionarias o trabajadoras.
Lo anterior ha provocado el disgusto del alumnado, el cual decidió convocar a paro varios planteles y facultades de la UNAM. En algunos, se logró con éxito. En otros, se recurrió a la fuerza. En un principio, los estudiantes de CCH’s y escuelas preparatorias comenzaron a declararse en paro. Posteriormente, la Facultad de Filosofía y Letras, hasta llegar a un punto en el que sumaron 16 escuelas y facultades, cifra que ha ido cambiando día a día.
Ante dichas “clausuras”, el rector Enrique Graue ha expresado su rechazo a la violencia de género y ha adoptado programas para enfrentar el problema. Propuso, entre otras medidas, la creación de una Coordinación de Igualdad de Género y la instalación de un Congreso Universitario sobre la materia.
Todos tenemos claro que no es cerrando planteles como se van a conseguir los objetivos de las inconformes. Y es que, ¿qué podría aportar una universidad cerrada? El objetivo crucial de una universidad es la educación y generación de conocimientos en favor de una sociedad afligida que busca erradicar la violencia contra la mujer.
Es por esto que necesitamos una universidad abierta: al reconocimiento de un problema, pero, también, a la búsqueda de soluciones sociales, las cuales pueden y deben encontrarse en el recinto universitario. Así también, se debe trabajar para que el movimiento no se desvirtúe, dado el enorme interés que hay de diversos grupos radicales por apoderarse de la universidad, con la misma irresponsabilidad con que “colonizaron” el auditorio de la Facultad de Filosofía…
Estos grupos, que se encuentran inmiscuidos en la manifestación, han hecho mucho daño a la credibilidad de una bandera que con tanto esfuerzo ha sido levantada por mujeres valientes que buscan una mejor calidad de vida hoy, y un mejor legado para las que vienen.
El asedio a la autonomía universitaria es palpable y debemos manifestarnos para que nada ni nadie desestabilice nuestras instituciones de educación. Ellas son el propulsor y el catalizador de la realidad de los estudiantes, quienes confían en un mejor futuro. Éste sólo se puede alcanzar con una universidad abierta: una universidad de todas y todos.
Ángel M. Junquera Sepúlveda
Director
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