Yo Ramón es una comedia escrita y dirigida por la actriz, docente y psicóloga social argentina Gabriela Villalonga, con aportes de su grupo actoral, en la que se desarrollan, con gran sentido del humor, tres breves historias cotidianas ligadas al ámbito educativo.
La primera transcurre en una casa en la que un grupo de
universitarios realiza un trabajo sobre los pueblos originarios para una clase.
Otra tiene lugar en la sala de profesores de una secundaria, el día que
se conocen los resultados de un “simulacro de las elecciones”, trabajo concebido para promover el compromiso democrático de los alumnos de tercer año.
Y la última sucede en un salón de fiestas infantiles, donde los padres de unos niños de preescolar intentan organizar una obra de teatro para ser actuada, desde luego, por los propios papás involucrados, quienes tienen la intención de escenificarla antes del pase de sus hijos a primaria.
Las tres historias están relacionadas entre sí por un personaje que nunca se muestra en escena pero que está presente durante toda la obra: Ramón, un niño problema que se escapa constantemente de sus padres, que se esconde, que es buscado durante toda la representación escénica y que observa atentamente las vicisitudes de los adultos. Ramón es hijo de un padre ausente y de una madre que le grita, desbordada, expresiones desaprobatorias y denigrantes.
La actriz comienza a preguntar por Ramón desde que el público porteño espera en la recepción del pequeño espacio teatral Delborde, antes de ingresar a la sala. La búsqueda de Ramón es el hilo conductor que sostiene esta dura crítica a un sistema educativo atravesado por la negación del otro, el desinterés, la falta de comunicación, la desorientación y la violencia de unos padres, profesores y alumnos narcisistas que viven envueltos en la frustrante espiral de la insaciabilidad de sus propios deseos, pero sin intentar siquiera cuestionar ni problematizar la realidad. En este contexto, la matriz de aprendizaje se vuelve descaradamente compleja y contradictoria, y el discurso educativo se vacía de sentido, tomando la significación unívoca de una verdad encubierta por un sistema escolar jerárquico y acrítico que reproduce las mismas prácticas autoritarias de siempre, inmerso en sus nimiedades burocráticas de control, pero ciego ante los ámbitos de constitución del sujeto, única esfera desde donde se puede aprender a aprender integrando el afecto, la acción y el pensamiento.
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