¿Cuál es la política educativa de la actual administración federal? ¿Qué papel juegan los sindicatos educativos en este nuevo proyecto? ¿Cuál es el futuro del Programa Nacional de Fortalecimiento de las Escuelas Normales? ¿Con qué recursos financieros se cuenta para hacer realidad las recientes reformas al artículo 3° constitucional? ¿Está en peligro la educación laica? Éstas son algunas de las grandes preguntas que el autor desentraña en este artículo.
No creo equivocarme si anoto que corremos el trance de que se restaure la República imperial, donde las decisiones de un solo hombre sean el eje de la política del Estado. No es una realidad, pero las pistas apuntan a que esos son los deseos del presidente Andrés Manuel López Obrador. Tal es el designio cardinal de la Cuarta Transformación, pienso.
Los gobernadores sufren mermas en su autonomía, los altos funcionarios del gobierno federal giran en torno de lo dicho por el presidente y no construyen un perfil propio (si acaso el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, mas lo hace por encargo de su jefe). La centralización del poder tiende a afianzar el centralismo burocrático y a dejar en letra muerta el sistema federal (que en realidad nunca ha existido en México) plasmado en la Constitución.
Al parecer al presidente López Obrador no le interesa mucho la educación, pero sí la vida sindical. Cuando habla del sector educativo se centra en la unidad del magisterio; no habla sobre la preparación de los maestros, sí del normalismo. Tampoco discurre sobre asuntos pedagógicos; la Nueva Escuela Mexicana es un símbolo discursivo, no un instrumento para la ejecución de políticas. En ciertos segmentos liberales, aun dentro de Morena, advierten el peligro que corren el Estado secular y la educación laica. Al presidente le gusta conferenciar acerca de sus programas de becas, pero descuida el financiamiento a la educación, magro en verdad.
Son inmensos los desafíos que enfrenta el sistema educativo mexicano. La calidad —o excelencia, para estar a tono con la nueva argumentación—, aunada a las desigualdades y a la irrelevancia de los contenidos, se resuelve en la letra del artículo 3º. Pero, en el mejor de los casos, son retos para el largo plazo y la política actual —a pesar de las buenas intenciones que esboza la alta burocracia de la Secretaría de Educación Pública (SEP)— no se encamina a cimentar bases para su solución práctica.
Existen muchas aristas en la política educativa. Me centro en cinco lances —en el doble sentido de riesgo y oportunidad— que enfrenta el sistema de educación. Anoto que en los documentos de la SEP se habla del sistema educativo nacional; éste cubre todo, de inicial a posgrado y programas adyacentes. Cuando escribo sistema educativo mexicano me refiero a la educación básica porque es la única que tiene normas homogéneas y donde el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) cogobierna o ejerce una influencia determinante.
Las facciones del SNTE y el poder
Presumo que el presidente Andrés Manuel López Obrador es coherente con su proyecto cuando busca la unidad del SNTE. Es la esencia del corporativismo del régimen de la Revolución mexicana. Todos los actores políticos fusionados en torno del jefe del Ejecutivo como el árbitro supremo de los conflictos internos y, obviamente, subordinados al poder presidencial.
Empero, los tiempos cambian. En aquel régimen los segmentos corporativos se enmarcaban en el partido del Estado, el Revolucionario Institucional, unido y disciplinado. Morena es una federación de corrientes —tribus, las llaman algunos— identificadas con un jefe carismático, pero que desprecia las leyes. Ésa es la mayor diferencia que veo entre AMLO y Plutarco Elías Calles, el fundador del PRI.
El arbitraje que desea ejercer el presidente López Obrador no es imparcial. Tal vez por afinidad —se nota al menos en cierta prosopopeya— el presidente prefiere a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) sobre las facciones que comandan Alfonso Cepeda Salas y Elba Esther Gordillo. Cepeda Salas le ofrece disciplina y subordinación, alaba la Nueva Escuela Mexicana y se dice parte fundacional del Acuerdo Educativo Nacional. La de la señora Gordillo presagia tormentas.
En 2019 AMLO se reunió 10 veces con la cúpula de la CNTE; ésta, además, tuvo cerca de 30 cónclaves con la alta burocracia de la SEP. No trascendieron sus acuerdos, pero pueden deducirse por el control que la CNTE recuperó en Oaxaca, Chipas y Michoacán y un poco menos en Guerrero. También por la basificación de miles de docentes interinos que ingresaron debido a favores de los cabecillas.
Los maestros y sus escuelas
El presidente López Obrador no se ocupa de la sustancia de la profesión docente. El Programa Nacional de Fortalecimiento de las Escuelas Normales nace sin fondos, aunque con elogios al magisterio y al normalismo, “los pilares del futuro”. La retórica no corresponde con los fondos que se destinan a la formación continua de los maestros, menos de 160 pesos per cápita en 2020 (el cálculo es de Mexicanos Primero).
El secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma, intenta acercarse a maestros de base por su canal de YouTube, donde responde preguntas de docentes concretos y ratifica sus buenos propósitos. Escuché testimonios de maestros de base a los que les agrada esa postura. Da respuesta a dudas. Pero las soluciones no llegan; la intermediación del centralismo burocrático fabrica barreras.
La pedagogía, el locus
La parte central del hacer educativo reside en la pedagogía. Los fracasos de las reformas educativas alrededor del mundo ocurren porque no llegan a la centralis location de la educación: el aula y sus actores. Las costumbres, las prácticas, las tradiciones o las rutinas que se han institucionalizado a lo largo del tiempo son expedientes que se producen y se reproducen día a día. Es lo más difícil de cambiar por mandato desde arriba o por acuerdos cupulares.
Tal vez esa inercia, más que la oposición activa de la CNTE y de miles de maestros que veían amenazado su futuro (y otros que ya no podrían heredar o vender su plaza), abonaron al rechazo del modelo educativo para la educación obligatoria. Por eso, cavilo, ni el presidente ni su funcionariado se aventuran a proponer verdaderos cambios. Las estrategias que tienen algo que ver con la tarea de educar, que la SEP hizo públicas, muestran dos cosas: un retorno al viejo esquema donde el docente es el actor principal, el jefe en el salón de clases, y, de manera clandestina, retoma asuntos del modelo educativo que se desdeña en la facundia.
No obstante, quizás surja algo bueno de eso.
El laicismo amenazado
El presidente López Obrador ha hecho de su religiosidad un asunto de Estado. Su cercanía con las iglesias evangélicas y sus buenas relaciones con la jefatura de la Iglesia católica envalentonó a los segmentos conservadores —en el sentido decimonónico del término— para proponer cambios en la Constitución con objeto de debilitar al Estado secular. Con todo y que el presidente aseguró que él no apoya esa iniciativa, la educación laica prende señales de alarma.
Si bien el laicismo que el régimen de la Revolución mexicana impulsó tras la Constitución de 2017 abarcó dosis de jacobinismo anticlerical, y a veces antirreligioso, nos alejó de la doctrina única y del control moral que ejercía la Iglesia católica. Hoy vivimos en la laicidad (estado de convivencia de creencias, costumbres sociales y leyes), según Norberto Bobbio. Y más vale que lo recordemos: la educación laica tiene raigambre histórica y defensores aun dentro de algunas iglesias.
Dinero faltante
“Con dinero baila el perro”, reza un refrán mexicano. Traducido al lenguaje de ejecución de políticas gubernamentales implica, si no abundancia, sí fondos suficientes para cumplir tareas.
Si el gobierno no canaliza recursos suficientes para los proyectos sustantivos, todo quedará en meras tentativas. Los programas de becas universales —clientelares, según opiniones respetables— abonan poco a la eficacia escolar y no garantizan que esos fondos se apliquen a vigorizar la educación ni a resolver problemas ingentes. Es el eslabón más débil de la Nueva Escuela Mexicana, de la política educativa y de los afanes de centralización. Si no se canalizan más recursos a las áreas sustantivas todo quedará en retórica.
En suma, 2020 será un año decisivo para el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Veremos hasta dónde avanza su aspiración de fincar la hegemonía política en su persona. Pero la República imperial, sospecho, no tiene las bases que tuvo en los tiempos del PRI, menos cuando el presidente manda al diablo a las instituciones.
Sin embargo, espero que haya avances en la educación. No pierdo la esperanza, aunque tampoco me hago ilusiones.
* Doctor en educación por la Universidad de Stanford y profesor de educación y comunicación en la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco.
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