La familia ejerce una gran influencia en la dieta de los niños y en el desarrollo de sus hábitos alimentarios. Las investigaciones han demostrado que la comida en familia se asocia con un consumo mayor de frutas, verduras, cereales y productos ricos en calcio, y un menor consumo de alimentos poco saludables, y, por lo tanto, contribuye a reducir la excesiva ganancia de peso.
A comer también se aprende. El aprendizaje en el niño va unido a la adquisición de habilidades, fruto de la maduración y el desarrollo de sus órganos y sus sistemas, en especial del sistema nervioso central. El niño recibe sus primeras impresiones sobre olores y sabores en el seno materno, reflejo de la alimentación de la madre durante el embarazo. Con posterioridad, a través de la lactancia materna, percibe las propiedades organolépticas de la dieta de la madre y las convierte en olores y sabores familiares, que van a condicionar la aceptación de los nuevos sabores. La composición grasa de la leche materna y su contenido en azúcar (lactosa) facilitan el crecimiento rápido de los primeros meses de la vida. Los demás sabores, diferentes del sabor dulce, se aprenden por la exposición repetida a los alimentos que recibe el niño durante la etapa de seis a 12 meses), en el periodo que se denomina alimentación complementaria.
En la medida en que el niño alcanza hitos en el desarrollo, como la capacidad de permanecer sentado o la de llevarse alimentos a la boca, además de los nuevos sabores el niño experimenta nuevas texturas (grumosas, semisólidas) que contribuyen a facilitar las habilidades oromotoras, pero también a su participación activa en su alimentación.
En los años recientes se ha profundizado en el conocimiento de las consecuencias de la actitud de los padres en respuesta a las claves del niño pequeño en su alimentación. El marco físico-afectivo es muy importante para desarrollar las habilidades relacionadas con la alimentación y fomentar la autorregulación del hambre/saciedad. Obligar, presionar o premiar son estrategias que interfieren con la percepción de saciedad en el niño y pueden aumentar el riesgo de sobrepeso, de presentar problemas en relación con la comida y de tener una escasa variedad a la hora de comer. Por este motivo se desaconseja utilizar estas estrategias, como tampoco ofrecer comida como consuelo emocional. La filosofía que debe estar detrás de cómo ofrecer los alimentos a los niños pequeños es la de la alimentación perceptiva: interpretar las claves que el lactante transmite a la hora de comer y que hacen que finalmente adecuemos la forma de alimentación, de forma individualizada, a cada bebé.
El objetivo final de ese periodo de transición es incorporar al niño a las rutinas de alimentación del resto de la familia. El establecimiento de los patrones de alimentación ocurre durante los primeros años de la vida, por lo que una oferta variada y repetida de alimentos saludables es uno de los puntos claves para la adquisición de hábitos saludables. Los niños pequeños están influidos, en gran medida, por el ambiente familiar y por la actitud de los padres, que son quienes eligen el tipo de alimentos que se les ofrecen y el entorno en el que las comidas se desarrollan. Los estudios longitudinales de seguimiento de cohortes de niños apuntan a que estos patrones alimentarios se mantienen en la adolescencia y predicen la calidad de la dieta en la edad adulta.
Hasta hace relativamente poco tiempo no se había valorado la influencia de las comidas en familia sobre los hábitos alimentarios de los niños y sobre la propia calidad de la dieta.
Influencia de las comidas familiares en el patrón de alimentación de los niños y de los adolescentes
Las comidas en familia constituyen una actividad central y un punto de encuentro en la vida diaria de los miembros de una familia, aspecto clave para fortalecer los vínculos familiares. Comer en familia se asocia con un gran número de beneficios, no sólo sobre la salud o la calidad de la dieta, sino también sobre el rendimiento académico y sobre la sensación de bienestar y salud (menor riesgo de conductas de riesgo o depresión, por ejemplo) y, en las edades más tempranas, con una adquisición más rápida del lenguaje. Las comidas familiares se asocian con valores positivos como una mayor dedicación al aprendizaje, esfuerzo, solidaridad y cooperación con los más débiles.
Desde el punto de vista de la alimentación, esta práctica implica consumir dietas más equilibradas y de mayor calidad, con las ventajas que ello conlleva, en especial en la prevención de la obesidad. Las comidas en familia constituyen la base para elaborar los recuerdos de la alimentación que se forman en la infancia y perduran a lo largo de toda la vida.
El análisis de la dieta que siguen los adolescentes revela que son pocos los que adoptan las recomendaciones de ingesta establecidas por los expertos y las autoridades sanitarias. En general, consumen más grasa y azúcares refinados, y menos cantidad de frutas, cereales y productos lácteos. Esto ocasiona, por una parte, un exceso de aportes calóricos y una deficiencia, en algunos casos, de micronutrientes (vitaminas, minerales y fibra).
Son muchos los factores que influyen en la elección de la comida por los adolescentes —la familia, los amigos, la escuela, los medios de comunicación, los anuncios, la cultura, la religión y el nivel de conocimientos—, pero es muy difícil medir la influencia individual de cada uno de ellos. Sin embargo, uno de los aspectos que más han cambiado en las últimas décadas son las comidas familiares: cada vez es mayor el número de familias que realizan comidas fuera del hogar, y también cada vez es menor el número de familias que se sientan a la mesa para comer juntos, y el de adolescentes que realizan un patrón habitual de comidas (por ejemplo, tres comidas principales y un tentempié).
Varios estudios han demostrado el efecto positivo de las comidas en familia sobre la calidad de la dieta. Gillman y colaboradores mostraron que los niños que comían en familia con más frecuencia presentaban mayor consumo de frutas y verduras y, consiguientemente, mayor ingestión de fibra, calcio, folatos, hierro y vitaminas B6, B12 y E, menor consumo de grasas, en especial ácidos grasos trans y saturados, menor consumo de refrescos y una carga glucémica reducidad. En otro estudio, la presencia de los padres en la comida principal se asoció con un riesgo menor de bajo consumo de frutas, verduras y productos lácteos, así como con una posibilidad más baja de saltarse el desayuno. En este estudio, realizado en 20,745 adolescentes estadounidenses, la mera presencia de uno de los padres, antes o después del colegio, o el control de éstos sobre la comida de los adolescentes, no modificó en absoluto su ingesta. Por el contrario, las comidas en familia constituyeron una ayuda valiosa para favorecer alternativas saludables y ser un ejemplo de dieta saludable.
La promoción de hábitos dietéticos saludables entre los adolescentes es un gran reto de las políticas de salud. Las consecuencias a largo plazo de no seguir una dieta adecuada, con elevado contenido en calorías, grasas totales, grasas saturadas, colesterol y sal, y pobre en fibra y calcio, pueden ser desastrosas. Una baja calidad de la dieta se asocia con factores de riesgo de enfermedad coronaria, algunos tipos de cáncer, accidentes cerebrovasculares, osteoporosis y diabetes. Además, junto con la escasa o nula actividad física son causa directa del sobrepeso y la obesidad en la adolescencia.
De forma paralela al aumento de peso de en los adolescentes, en los últimos 30 años hemos asistido a un declive de la frecuencia de las comidas en familia. ¿Existe relación entre ambos hechos? Taveras y colaboradores estudiaron una cohorte de 16,882 niños en la investigación Growing Up Today. La presencia de sobrepeso fue de 19.4% en las chicas y de 24.6% en los chicos que contestaron “Nunca u ocasionalmente” cuando se les preguntó “¿Con cuánta frecuencia te sientas con otros miembros de tu familia para comer o cenar?”, frente a 16.1% de las chicas y 22.7% de los chicos que contestaron “Casi todos los días”, y a 16.7% de las chicas y 22.7% de los chicos que contestaron “Siempre”. Así, se observó una reducción de 15% del riesgo de sobrepeso en los grupos de chicos y chicas que comían en familia siempre o casi siempre.
Un meta análisis publicado en 2018, que recoge los resultados de 57 estudios (203,706 participantes), confirma que existe una fuerte relación positiva entre la frecuencia de comer en familia y una mejor salud nutricional, tanto en niños como en adolescentes, con independencia de la procedencia y del estrato socioeconómico o de que coman con uno de los padres o con toda la familia.
La investigación se aboca a entender cuáles son los aspectos de esas comidas familiares que constituyen la base de su papel protector. Aunque es indudable que la dinámica familiar influye en los resultados, el efecto se mantiene con independencia del funcionamiento de la familia.
Ámbitos de intervención de la estrategia NA
• Ámbito familiar y comunitario
• Ámbito escolar
• Ámbito empresarial
• Ámbito sanitario
Mensajes clave
• A comer también se aprende. En el niño más pequeño ese aprendizaje se fundamenta en la oferta de alimentos saludables y en la respuesta de los padres a los mensajes-claves del niño en relación con la comida.
• A medida que el niño crece y, especialmente, en el adolescente, adquiere mayor importancia el entorno de las comidas.
• Comer en familia se asocia con mejor calidad nutricional de la dieta, pero también con otras ventajas sobre el desarrollo madurativo y la integración social.
Consideraciones prácticas
La promoción de las comidas en familia y compartidas se considera una estrategia de salud pública, aunque hasta la fecha, salvo el informe de Family Watch, elaborado por B. Beltrán y C. Cuadrado en 2014, no se han realizado estudios o campañas específicas encaminadas a fomentar las comidas en familia. La estrategia NAOS (Estrategia para la Nutrición, la Actividad Física y la Prevención de la Obesidad), del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, a través de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición, propone la actuación en distintos ámbitos de intervención: el ámbito familiar y comunitario ocupa el primer lugar (cuadro 1). Como señala la Academia Estadounidense de Nutrición y Dietética: “Las comidas en familia: pequeña inversión, grandes resultados”.
Pautas y consejos para fomentar las comidas compartidas en el ámbito de la familia
• Considerar una prioridad sentarse a comer en familia y tenerlo en cuenta a la hora de organizar la agenda familiar.
• Conseguir que sea un hábito. Para ello, establecer una hora fija que todos respeten. Pueden escogerse metas asequibles; por ejemplo, comenzar estableciendo la costumbre de comer juntos dos o tres veces a la semana. No necesariamente ha de ser la comida principal; puede ser el desayuno o la cena.
• Hacerlo sencillo: elegir platos o recetas a las que no hay que dedicar demasiado tiempo. Elegir ingredientes que se puedan usar en más de una comida.
• Comer sentados y charlar durante la comida. Olvidarse del teléfono celular, de la televisión y de otros dispositivos electrónicos. Mejor que no estén en la mesa.
• Pedir ayuda. Todos colaboran: desde ir a comprar los alimentos hasta poner y quitar la mesa.
Si conseguimos que la comida en familia sea un momento divertido (hay muchos trucos que se pueden usar: hacer comidas temáticas, preparar menús que sugieran los niños, mantener conversaciones en las que todos tengan algo que decir, etcétera), antes de lo que pensamos la comida en familia será el momento que todos están esperando en la semana o en el día.
En conclusión, la influencia de la familia en los hábitos alimentarios de los niños y de los jóvenes es esencial y varía a lo largo de las distintas etapas. Mientras que en los primeros meses esa influencia se basa en el tipo de alimentación que los padres eligen y en la actitud de los padres ante las comidas, posteriormente esa influencia se inclina más hacia el entorno de la comida. Sigue siendo importante la elección de alimentos saludables y menús equilibrados, pero adquiere mayor relevancia cómo se realizan las comidas. En la etapa de la adolescencia, cuando los consejos pocas veces valen, conseguir reunirse algunas veces en torno de una mesa común para comer es más que un objetivo deseable.
Para saber más
• Moreno Villares, J. M., y M. J. Galiano Segovia (2006), “La comida en familia: algo más que comer juntos”, Acta Pediátrica Española, núm. 64, pp. 554-558.
• Galiano Segovia, M. J., y J. M. Moreno Villares (2010), “El desayuno en la infancia: más que una buena costumbre”, Acta Pediátrica Española, núm. 68, pp. 403-408.
• Beltrán de Miguel B., y C. Cuadrado (2014), “Comer en familia: hacer de la rutina salud. Papel de las comidas en familia en la calidad de la dieta y el control del peso corporal”, informe TFW 2014-2, 14 de mayo.
• Fulkerson, J. A., N. Larson, M. Horning y D. A. Neumark-Sztainer (2014), “Review of Associations between Family or Shared Meal Frequency and Dietary and Weight Status Outcomes Across the Lifespan”, Journal of Nutrition, Education and Behavior, núm. 46, pp. 2-19.
• Dallacker, M., R. Hertwig y J. Mata (2018), “The Frequency of Family Meals and Nutritional Health in Children: A Meta-analysis”, Obesity Reviews, 19 (5), pp. 638-653.
• Verhage, C. L., M. Gillebaart, S. M. C. van der Veek y C. M. J. L. Vereijken (2018), “The Relation between Family Meals and Health of Infants and Toddlers: A Review”, Appetite, núm. 127, pp. 97-109.
• Johnson, S. L (2016), “Developmental and Environmental Influences on Young Children’s Vegetable Preferences and Consuption”, Advances in Nutrition, 7 (suplemento), pp. 220S-31S.
* José Manuel Moreno Villares es director del Departamento de Pediatría Clínica de la Universidad de Navarra y coordinador del Comité de Nutrición de la Asociación Española de Pediatría. María José Galiano Segovia es Pediatra en el Centro de Salud María Montessori, Leganés, Madrid. Artículo publicado originalmente en Cuadernos de Pedagogía, núm. 497.
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