Vivimos, por culpa del coronavirus, en un escenario inimaginable hasta hace poco, en una situación impredecible y tanto o más extraña que muchas de las que dibujan las series futuristas más distópicas. Protagonizamos casi un episodio de Black Mirror.
Muchos llevamos, en un ejercicio de solidaridad imprescindible y en una época de libertades amplias, semanas encerrados en nuestros hogares. Niños, adultos y ancianos nos quejamos, desobedecemos, nos rebelamos ante la obligación de confinamiento. Y es que se sabe desde hace mucho que las cuarentenas y el aislamiento en general se asocian con distintos problemas de salud mental. La confusión, la ira y la ansiedad se apropian fácilmente de nosotros en tiempos como los que vivimos, de forma duradera y más allá del tiempo de encierro, al estilo de los trastornos de estrés postraumático,
Vienen semanas y meses muy duros en este sentido y no niego el efecto negativo de todo ello pero también auguro que esta vez, en este caso y sobre todo gracias al poder de las redes sociales, gracias al contexto de sociedad aumentada en que vivimos, el tema será distinto.
Lo comentaba a mi comunidad en redes: ¿pueden imaginar por un momento lo que sería ese encierro sin la creatividad y sin el acompañamiento colectivos que nos proporcionamos en WhatsApp, Twitter, Instagram, YouTube, Facebook y las redes en general?
Vivimos tiempos tremendamente interesantes. Lo eran desde la emergencia de las redes sociales, como uno de los cambios de paradigma más interesantes en la evolución de la humanidad, y lo que estamos experimentando hoy no es más que la consolidación de todo ello. Estamos experimentando, en definitiva, en vivo, en directo y en su máximo esplendor el mayor de beneficios que aporta la era digital a la humanidad: el de la sociedad aumentada, de una comunidad aumentada en las redes sociales capaz de aliviarnos justamente cuando más lo necesitamos, en los momentos más duros.
Decíamos en Socionomía, libro en el que desarrollábamos el concepto de sociedad aumentada, en 2012, que es mucha la potencia de las múltiples formas de reunión entre seres humanos que hace posible internet. Somos animales extraordinariamente sociales, con cerebros ya preparados para serlo. La abundancia de entornos y las posibilidades de colaboración actuales (las redes “sociables”) en el campo abonado de nuestra naturaleza social puede llevarnos a extremos nunca antes vistos.
Inteligencia colectiva, con nuestros grupos de confianza en WhatsApp filtrando las muchas fake news que circulan en redes, creatividad colectiva en comunidades de vecinos en el balcón jugando al veo-veo, gente sacando sus teclados, sus guitarras y sus saxofones al balcón de sus casas para crear melodías colectivas, smart-mobs cada tarde aplaudiendo la labor de los sanitarios, apoyo emocional en cualquiera de los muchos contextos de redes sociables existentes, son manifestaciones, hace unos años inimaginables, de lo que Clay Shirky denominaba el poder de la organización sin organizaciones, un poder no solamente capaz de hacer evolucionar a las democracias hacia formas más auténticas, más puras, más directas, más realmente participativas, sino también, como estamos viviendo ahora, de aliviarnos muchos, si no todos, los tipos de sufrimiento derivados de la soledad.
Decía también en Socionomía que tenemos una oportunidad única para basar el mundo en principios nuevos, como la colaboración y la solidaridad o compartir desde la vivencia constante de un espacio común y, por lo tanto, de un aumento de la empatía. Quizás, como decía el inimitable Zygmunt Bauman, el sistema actual que prioriza el consumo se fraguó desde la desintegración de lo social y de lo comunitario. Es importante ver cómo gracias a las redes sociales, gracias a que volvemos a estar juntos, podemos refundar y aumentar todo, de forma especialmente dramática en el caso de necesidad de una crisis como la que nos ocupa.
Decíamos concretamente que “ser más sociables nos hace más solidarios”. Ser sociables y poder ponerlo en práctica de forma abundante en esta sociedad aumentada gracias a las tecnologías de la información y la comunicación nos hace más fuertes, más unidos cuando volvemos a estar juntos, en los nuevos espacios públicos, en las nuevas ágoras de internet.
Así creo que también va a ocurrir ahora. Llevo unos días observando muestras de generosidad, ganas de evitar conflictos, en los grupos en los que participo en WhatsApp. Estar conectados a un “nosotros” más amplio, más global, más diverso que nunca antes, aumenta el alcance y la calidad de nuestra empatía y nos hará mejores, también en las calles, cuando todo esto termine.
Vuelvo a destacar, finalmente, el principal motivo de mi pasión por las redes, de un optimismo que si alguna vez flaqueó hoy emerge de nuevo: en la sociedad posdigital el aspecto social es el más disruptivo. Y es que lo esencial de internet y de las redes sociales es que hace a los individuos, cuando están conectados a través de distintas nuevas formas de sociabilidad, más fuertes. El término aumentado, cuando hablamos de sociedad, el término sociedad aumentada (socionomía), significa que no estamos anulando ningún tipo de relación entre seres humanos, sino todo lo contrario: estamos ampliando enormemente su variedad, sus posibilidades, su potencial para hacernos más fuertes y felices.
* Psicóloga social, experta en cultura digital e innovación (@dreig). Artículo publicado originalmente en Cuadernos de Pedagogía, núm. 508, abril de 2020.
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