Pequeño Sol está ubicada a las afueras de la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, en un entorno rodeado de tupidos bosques que permite a los estudiantes interactuar en forma permanente con la naturaleza, consolidando una idea pedagógica clave para las intenciones educativas de la escuela.
Alertado por las recomendaciones que recibí precedentemente, fui a conocer la escuelita Pequeño Sol en mis días por San Cristóbal. El proyecto había nacido en algún momento durante la década de 1980 inspirado en la pedagogía Waldorf, pero con el avance del tiempo y la práctica diaria incorporaron elementos de diversos modelos pedagógicos, los cuales se sumarían a los clásicos aprendizajes basados en el arte, la celebración de la vida como vínculo espiritual entre las personas y la relación permanente con la naturaleza, algunos de los rasgos más característicos de aquella pedagogía nacida en 1919 en una escuela de la ciudad de Stuttgart (Alemania). Así, fueron construyendo un modelo propio y experimental, donde la educación es el vehículo para desarrollar plenamente la libertad, el amor y la felicidad. A partir del desarrollo de la autonomía y el cumplimiento de metas propias de los estudiantes, que son compartidas por sus compañeros, persiguen la visión de transformar el mundo donde viven.
En esa línea, y buscando diferenciarse de las demás escuelas que cuentan con modelos pedagógicos clásicos, durante mi recorrido por la escuela me repiten varias veces que aquí la educación no lleva a los chavales a que digan lo que dicen los docentes o los libros de texto, o a que aprendan únicamente lo que el currículo obligatorio les exige. Buscan que los estudiantes persigan sus propias motivaciones, incluyendo en el programa de estudios actividades como la filosofía adaptada a los niños, proyectos de investigación propuestos por ellos mismos, comunidades de diálogos, actividades de artes visuales, actividades teatrales y musicales, un huerto orgánico, talleres de lectura,; actividades físico-mentales como el yoga o la meditación y, sobre todo, actividades basadas en los procesos de reciclaje de basura que realizan en los jardines de la escuela. Algo así como la joya de la escuela.
Para esto último, suman a las familias de los estudiantes para que contribuyan con la recolección y la separación de residuos en sus casas, los cuales luego recibirán tratamiento en un espacio especialmente destinado y diseñado para el acopio y posterior trasladado con fines específicos de reciclaje. Todo con el objetivo de contribuir al desarrollo de la conciencia ambiental, no sólo de los chavales dentro de la escuela, por supuesto, sino también de las familias de éstos y en sus propias casas.
“En Pequeño Sol han ido construyendo un modelo propio y experimental, donde la educación es el vehículo para desarrollar plenamente la libertad, el amor y la felicidad.” La escuela está ubicada a las afueras de la ciudad de San Cristóbal, en un entorno rodeado de tupidos bosques que permite a los estudiantes interactuar en forma permanente con la naturaleza, consolidando una idea pedagógica clave para las intenciones educativas de la institución. Además, el predio escolar cuenta con construcciones autosostenibles que buscan armonizar la convivencia de la escuela con la naturaleza que la rodea. Cuenta con enseñanza básica y media, bajo una educación que allí conocen como integral, en la cual se contempla a las familias como el vínculo primario mediante el cual el niño adquiere las habilidades y las aptitudes para convivir en una comunidad y donde la escuela actúa como un potencializador de esto mediante la escucha del niño y la toma en cuenta de su opinión. Buscando, a partir de esto, el desarrollo de sus capacidades cognitivas, que brinden a los estudiantes la posibilidad de aprender observando, cuestionando y alcanzando conclusiones. Todo, sin descuidar el costado espiritual de cada uno, al que consideran a esencia del ser humano.
Como tantos otros proyectos que visité a bordo de @lakombicholulteca, por tratarse de un proyecto construido y mantenido por una entidad privada, los estudiantes pagan una cuota mensual. No obstante, quienes no pueden cubrirla pueden solicitar becas. Las familias también tienen la posibilidad de realizar un intercambio en la prestación de un servicio a la escuela; algo así como un trueque. En ese caso, se benefician ambas partes, ya que la comunidad de Pequeño Sol se mantiene completa a pesar de los impedimentos económicos.
A pesar de su nombre, Pequeño Sol es una escuela muy grande, y no sólo haciendo referencia a su espacio físico, sino también en cuanto a su proyecto educativo. La escuela se compromete a ser complemento de las familias, trabajando de forma cohesionada con los padres y las madres, quienes no sólo recolectan residuos en sus casas, sino que inspiran el diseño de los aprendizajes de las habilidades, las aptitudes y los conocimientos que se desarrollarán dentro del centro. Además, Pequeño Sol, según me comparte su equipo directivo, debe hacer posible el autoaprendizaje permanente sobre sí, evitando de esa forma los vicios que podrían llevarla a una implosión de las aceitadas relaciones comunitarias que llevan adelante estudiantes, docentes, directivos y padres de familia en la búsqueda por contribuir con la visión de transformar el mundo donde viven.
* Docente. Artículo publicado originalmente en Cuadernos de Pedagogía, núm. 499.
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