Cercana a Bogotá, Colombia, Bruno Iriarte visitó una escuela rural, rodeada de montañas y de bosques, construida con base en el autoaprendizaje y en un modelo tradicional de educación holística en el que se trabajan las emociones, el desarrollo cognitivo, el desarrollo físico y el desarrollo espiritual.
Casi de casualidad, en aquellos últimos días que pasamos con @lakombicholulteca en Bogotá, la capital de Colombia, e invitado por Diana, una de las fundadoras, fui a visitar Kalapa, una escuela de educación alternativa ubicada a las afueras de la ciudad, más precisamente en la localidad de Sopó, a unos 45 minutos (con muchísima suerte) del centro de la capital. Allí fui recibido por Diana y Verónica, socias en el proyecto, quienes no sólo se prestaron a una larga conversación conmigo, sino que además me permitieron compartir actividades con los niños durante toda la jornada, lo que hizo más enriquecedora aquella visita.
El proyecto de Kalapa está ubicado a los pies de unas montañas sumergidas en un intenso verde y con bosques por todo alrededor. Éstos, en varios momentos, son parte del aprendizaje, que aquí se adapta a los niños durante muchos tramos del proceso (de enseñanza-aprendizaje) y que, en muchas ocasiones, puede confundirse con pedagogías del tipo Montessori o Waldorf, pero que con los años ha ido ganando identidad gracias al trabajo del equipo docente de la escuela y que ha influido positivamente en la comunidad educativa.
Esta evolución se basó en una curva orgánica de aprendizaje cuyo pilar fueron los resultados que iban alcanzándose y que luego conformaron el proyecto académico. Sin embargo, el proceso incluyó un fuerte trabajo en lo que desde Kalapa consideran principio, desarrollando la vida espiritual, el entrenamiento de la mente y la disposición al aprendizaje con sentido y consciente de los alumnos. Y continuando con aquellos aspectos que suponen un autocontrol en el comportamiento para alcanzar los límites, siguiendo por las rutinas de autogestión y organización individual como llevar una agenda, el apego y el respeto a los horarios y la responsabilidad sobre las tareas. En tanto, actualmente siguen enfocándose en el aspecto académico de forma rigurosa, para lo que se han organizado, ahora sí, en las materias de matemáticas, inglés y comunicación.
En este contexto, además, existen y coexisten materias “electivas” para todos, como música, arte, ciencia y carpintería, que pueden cambiarse cada tres meses y que se complementan con momentos de integración al aire libre, donde la privilegiada ubicación de Kalapa juega un papel clave, rodeada de montañas y de bosques. Así, la escuela sale fuera de las aulas. Con todo esto se persigue un aprendizaje consciente que en todos los casos parte de las experiencias que representen algo para los niños y que engloban, en primer lugar, las emociones, luego las situaciones en particular dentro de su vida cotidiana, y por último las actividades con el cuerpo como un eje del aprendizaje.
Según Diana y Verónica, los padres que escolarizan a sus hijos aquí lo hacen porque son conscientes de la necesidad de un cambio en la formación de sus pequeños, con base en un modelo tradicional de educación holística, como les gusta identificar al proyecto desde sus fundadoras. Este tipo de educación alternativa consiste en una respuesta a las diferentes necesidades que tienen los seres humanos; comprende un trabajo sobre las emociones, el desarrollo cognitivo, el desarrollo físico y el desarrollo espiritual. Y donde tanto los adultos (padres, facilitadores, docentes y directivos) como los niños son aprendices y buscan consolidar una conciencia por el entorno y por la comunidad.
En Kalapa, si bien se dice que los niños son protagonistas de su propio aprendizaje, se busca que éstos fijen objetivos con base en sus gustos y en sus intereses y que los facilitadores —es decir, los profesores— sean corresponsables para alcanzar los mismos mediante un enfoque que no sea demasiado invasivo, es decir, sobre el cómo y el cuándo, partiendo de la confianza que el facilitador le brinda al estudiante para generar un respeto mutuo y poder colaborar conjuntamente con el propósito de alcanzar los objetivos propuestos en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Otra cosa habitual en Kalapa son los acuerdos y las pautas para vivir en paz, para lo cual cuentan con actividades puntuales todos los días. Por ejemplo, en este sentido los alumnos comienzan un poco más tarde que en los demás colegios de la ciudad, como un incentivo de conciliación, para que descansen mejor y desayunen en familia. Y al comienzo de la jornada lectiva realizan una reunión con sus mentores (una especie de directores de grupo), en la que se tratan temas de convivencia y se busca reflexionar sobre el desarrollo de las habilidades socioemocionales. Se trata de respetar el ritmo de cada uno de los niños y que ese ritmo les permita desarrollar los conocimientos y las habilidades necesarias durante todo el proceso de enseñanza-aprendizaje para poder cumplir el objetivo académico de investigar y alcanzar conclusiones y adquirir conocimientos. Alumnos que van desde preescolar hasta primaria, por el momento (con un máximo de 12 niños por grupo), pero con la idea firme de acompañar a los pequeños hasta el final de su trayectoria escolar en un futuro cercano.
Ahora bien, desde que me fui de Kalapa hasta hoy pasaron casi dos años; sin embargo, he estado atento a la evolución que tuvo la escuela y que le ha permitido superar los grandes desafíos planteados en este tiempo, dirigiéndolos hacia ese proyecto completo, de prescolar a preparatoria, que supondrá un reto enorme de comunidad más grande, y que, llegado el caso, supondrá un paso de los 68 niños de hoy a un máximo de 190 en un futuro no muy lejano, cuando la escuela sea todo lo que Diana y su equipo sueñan en que Kalapa se convierta pronto.
* Docente en busca de experiencias de educación alternativa e innovadora a bordo de @lakombicholulteca. Artículo publicado originalmente en Cuadernos de Pedagogía, núm. 511.
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