El programa Jóvenes Construyendo el Futuro, buque insignia del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, debe inquietar a los mexicanos. La idea no es mala: apoyar a los jóvenes que, por alguna circunstancia, ni estudian ni trabajan, tiene un lado noble. Todo indica, no obstante, que el programa traerá consigo más problemas de los que pretende resolver.
Si algo se aprende en política y en economía es que las buenas intenciones no siempre se traducen en buenos resultados. A menudo sale el tiro por la culata. Recordemos a aquella directora de una escuela estadounidense que, en su afán de evitar que los padres dejaran a sus hijos más allá de las dos de la tarde —unos cuantos pasaban a recogerlos hasta las tres—, anunció que cobraría 100 dólares semanales a quien reincidiera en el descuido. Lo que ocurrió fue que ya no fueron unos cuantos sino 15 ó 20. ¿Por 100 dólares la escuela iba a cuidar a sus hijos dejándoles la tarde libre? ¡Había que aprovechar la oportunidad!
Algo similar podría ocurrir con Jóvenes Construyendo el Futuro: cada uno de ellos cobra 3,600 pesos mensuales para financiar una “pasantía” sin regulación y sin control alguno, y sin filtros para las empresas que la impartirán. “Esto va a generar una corrupción terrible”, advierten algunos observadores: “Habría sido mejor que les dieran la beca sin contraprestaciones”.
Al finalizar mayo, había 280,000 jóvenes inscritos, lo cual supone más de 1,000 millones de pesos al mes. Si ya nadie se inscribiera, la cifra se elevaría a más de 12,000 millones de pesos al año.
Todo indica, no obstante, que habrá muchos más inscritos; la meta, de hecho, es de un millón. Si se alcanza, esto significará que el gobierno federal regalará 3,600 millones de pesos al mes o, lo que es lo mismo, 43,200 millones al año. ¿Sabrá el presidente López Obrador —como sabe que desde hace 10,000 millones de años hay hombres en América— lo que representa esta cifra? ¿Alguien le habrá dicho que esto equivale a 10 veces el presupuesto de CONAFE?
Hoy resulta más atractivo abandonar un trabajo mal pagado o un aburrido curso escolar que ser nini y presentarse a cobrar, mes con mes. Cuando se tienen 18 años, esto resulta estimulante. Cuando estos jóvenes tengan 30, ya no lo será tanto. Con el dinero que se les está regalando podrían combatirse las condiciones que han llevado a muchos jóvenes a convertirse en ninis. Pero debe invertirse en el futuro. ¿Qué propuesta tienen las autoridades educativas al respecto? ¿Todo esto va a administrarlo la Secretaría del Trabajo?
El proyecto posee una insoslayable arista política: comprar votos. ¿Por quién votarán estos muchachos, si no, cuando llegue el momento de expresar su voluntad en las urnas? Pero el costo del populismo, a mediano y largo plazos, será carísimo. ¿Cómo va a evaluar el desempeño de estos ninis la SEP?
Por otra parte, ¿de dónde van a salir estos 43,200 millones de pesos anuales? Si se van a obtener de la cancelación de aeronaves y de las comilonas de algunos altos servidores públicos, enhorabuena. Pero si se obtienen de lo que se ahorra dejando de pagar médicos, fármacos y mantenimiento de aparatos en los hospitales públicos, el problema se agrava.
Los teóricos de la Cuarta Transformación pretenden renovar las élites. Pero esto no puede hacerse de tajo. “Estos ninis serán los servidores públicos, los médicos y los empresarios del mañana”, se dice en las reuniones morenistas. No está mal, pero ¿cómo se va a alcanzar esta meta?
Despedir a policías y a expertos en seguridad pública se ha traducido en un alza de la delincuencia y en un repunte de los delitos que más afectan a una comunidad, como el secuestro. Si no se confía en el piloto de un avión, hay que despedirlo, pero no en pleno vuelo. O no, al menos, si no se tiene un copiloto competente que pueda entrar al quite.
Echar mano de los recursos públicos sin ningún proyecto de nación, sin regulación de las pasantías, sin control de los ninis, no es en absoluto una idea plausible; la precarización del país no beneficiará a nadie. De buenas intenciones, decían nuestras abuelas, están llenos los panteones.
Ángel M. Junquera Sepúlveda
Director
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