El lunes 24 de agosto dio inicio el ciclo escolar 2020-2021. Reiniciaron clases 30 millones de niños y jóvenes en México. Ninguno de ellos de manera presencial. Los más afortunados, a través de las nuevas tecnologías. El resto, por televisión y hasta por radio. El secretario de Educación, Esteban Moctezuma, declaró que México mantiene su esfuerzo por educar y que, a diferencia de otros países, que han preferido aplazar el regreso a clases, el nuestro ha resuelto hacer su mejor esfuerzo para no dejar sin clases a las nuevas generaciones.
Pero más allá del optimismo del secretario Moctezuma y —hay que decirlo— del estupendo papel que ha venido desempeñando, hay que preguntarnos qué significa el cierre generalizado de tantas escuelas en el mundo. António Guterres, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ha dicho que “nos enfrentamos a una catástrofe generacional que podría desperdiciar un potencial humano incalculable, minar décadas de progreso y exacerbar las desigualdades arraigadas”. Hay que dar prioridad a la reapertura de las escuelas, añadió, pues la educación nunca había sufrido una disrupción tan grave.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido, no obstante, de los peligros que supone reabrir escuelas en países con altos niveles de transmisión: “Las clases presenciales deben postergarse —sentenció— hasta que se cuente con un marco sanitario seguro.” Madrid y Seúl, que habían anunciado con bombo y platillo que todos los alumnos tendrían clases presenciales, han dado marcha atrás…
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), por su parte, ha advertido que la pandemia se traducirá en 24 millones de alumnos de todos los niveles que abandonarán la escuela.
En México, de acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), casi un millón y medio de estudiantes no regresarán a clases durante este ciclo escolar 2020-2021. Esto se refiere, particularmente, a los sectores más lastimados del país. Por su parte, 800,000 estudiantes de secundaria no pasarán a preparatoria y 593,000 abandonarán sus estudios universitarios.
Pero las escuelas privadas no se salvan: muchas han anunciado su cierre y otras ven que los números no cuadran. El gobierno mexicano tendrá que dar albergue a quienes ya no pueden pagar un colegio privado.
Es posible, sin embargo, que el escenario no sea tan catastrófico. Si hemos de creer a The Economist, el Covid-19 ofrece una oportunidad extraordinaria, no sólo para reinventar escuelas y universidades sino para replantear el sentido mismo de la educación: ¿qué ha funcionado?, ¿qué ha fracasado?, ¿todos los jóvenes deben aspirar a una educación universitaria?, ¿vale la pena invertir más en educación técnica?
Si bien nadie cuestiona el papel de la educación elemental, es hora de preguntarnos qué tan importante es la educación superior para millones de jóvenes. ¿Es la universidad el único sitio donde ésta puede adquirirse? Si los jóvenes acuden a las aulas no sólo para aprender, como apunta el seminario británico, sino para independizarse de sus padres y hacer amigos, ¿qué otras formas hay de lograr estas metas sin costos tan altos?
La educación en línea, que a tantas escuelas asustó durante tanto tiempo, hoy parece la mejor opción para decenas de programas. Sobre todo, si consideramos —lo señala también The Economist— que una quinta parte de los graduados tendría una vida mejor si no hubiera empleado cinco años de su vida en la universidad.
Alumnos, maestros, administradores y políticos tenemos la ocasión de hacer frente al futuro y de adaptarnos a sus exigencias. “No es el más fuerte el que sobrevive —sentenció Darwin— sino el que se adapta.” Adaptarnos significa revisar, innovar, reformar… No desperdiciemos la oportunidad.
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