Entrevistamos a Josep Manel Marrasé, profesor de matemáticas, a raíz de la publicación de su libro “La alegría de educar”, que ofrece un conjunto de recomendaciones para mejorar la práctica educativa desde el optimismo y la pasión.
¿Es posible mantener la alegría de educar en el actual contexto de recortes y desánimo, entre muchos docentes?
Sí, siempre que cuando entremos en el aula sólo pensemos en los alumnos: en que el futuro está por construir, que nuestros alumnos son el futuro, y que tenemos que dedicarnos a ellos para que esas nuevas generaciones sean mejores que nosotros. En clase hay que crear un microcosmos, de manera que el alumno vea esperanza, vea que se puede formar. Hay que procurar dejar fuera del aula el pesimismo.
¿Qué le diría a un profesor desanimado?
Le diría que investigue sus emociones. Un problema común es la inseguridad previa a entrar en el aula, parecida al miedo escénico de los actores. Con ese miedo no se puede trabajar. Hay que entrar en el aula muy mentalizado con lo que vas a hacer, muy centrado, pensando cómo lo van a recibir los alumnos, y estar muy atento a sus emociones. Ver si se aburren o no con tu explicación, para poder cambiar de ritmo si es necesario.
¿Como un meteorólogo de las emociones en el aula?
Exactamente. El profesor debe entrar en el aula con las antenas puestas y tiene que detectar el tiempo emocional. Hay veces que notas a los alumnos acelerados y tienes que intentar relajarte tú, para que ellos se calmen; otras, los notas demasiado tranquilos y debes acelerar.
Pide al profesor sensibilidad para que pueda sacar lo mejor de cada estudiante…
Esa sensibilidad ayuda a descubrir el talento. Debemos intentar que todos optimicen sus cualidades. Es preocupante aquel chaval que te está sacando un 7 cuando podría sacarte un 10. Puede ser que sea un chaval más creativo e intuitivo, que no va por el camino de recibir instrucciones, y espera de ti algo más.
Habrá quien le argumente que en una clase de 35 alumnos es imposible mantener esa sensibilidad frente a cada uno de los alumnos.
No es fácil, pero hay que tener paciencia. Se consigue entrenando. Hay que entrar en clase con mucha energía. Teniendo siempre en mente la importancia de nuestro trabajo, la responsabilidad social que como docentes tenemos de cara a la sociedad del futuro. Somos un modelo de referencia para los ciudadanos del mañana.
En sus clases de matemáticas también hay espacio para la ética y la filosofía…
Más allá de los contenidos de la materia, intento formarlos humanísticamente. Siempre les digo a mis alumnos que las matemáticas sirven para pensar y para estructurar la mente, pero más importante que eso es que desarrollen su dimensión humanística, porque les servirá para todo en esta vida: para relacionarse con los demás, para encontrar un trabajo, para trabajar en equipo. Hasta para amar.
Al principio de cada examen pone una frase para que sus alumnos reflexionen sobre la vida.
Les gusta mucho. Recientemente les puse una de Mafalda: “¿Se han parado a pensar que sin la ayuda de todos nadie sería nada?” Y antes había puesto una de Kant: “Deberías obrar de manera que lo que tú haces sirviera como una legislación universal”.
Les dice a sus alumnos que las matemáticas son fáciles; difíciles son las personas…
El universo de las matemáticas ofrece un mundo perfecto en el que todo encaja; pero en la vida las cosas no son así. El terreno de las emociones es mucho más movedizo, y aprender a gestionarlas es esencial para la vida.
¿Deberían trabajarse esas habilidades emocionales en el aula?
Por supuesto, porque les pueden ser mucho más útil para la vida y el mundo profesional que los conocimientos concretos de una materia. En una entrevista de trabajo se mira, cada vez más, no tanto los títulos conseguidos como las habilidades del candidato para desenvolverse socialmente, para tener empatía o para trabajar en equipo.
La autoestima es otra herramienta fundamental para la vida. ¿Cómo trabajarla?
Muchas veces el alumno tiene miedo, y esa inseguridad, esa falta de autoestima, repercute en su rendimiento académico. Como docente tienes que repetirle muchas veces que la materia es fácil y que él puede hacerlo. Nuestros alumnos deben percibir nuestro acompañamiento. La sensación constante del “Yes, we can”.
¿Es posible enseñar sin educar?
Es imposible, por mucho que haya profesores que lo sigan intentando. Pienso que la crisis que estamos viviendo se debe en buena parte a que hemos tenido una educación demasiado utilitarista. Se ha centrado en los fines y ha descuidado los medios. Más importante que conseguir formar a un futuro buen profesional —economista o empresario— es formar a una buena persona, a una persona con valores; que los alumnos salgan de la escuela formados en un sentido holístico.
Un buen profesor también debe tener buenas capacidades comunicativas.
El 93% de la comunicación es no verbal, como recoge Eduardo Punset. Los gestos y las miradas pueden ser más importantes que las palabras.
Hay académicos que ponen en cuestión esta afirmación. Dicen que es una cifra exagerada que se debe a una mala interpretación de una investigación original de Mehrabian.
En cualquier caso, y más allá de las cifras concretas, mi experiencia en clase me demuestra, todos los días, la importancia de la comunicación no verbal. Si no gesticulas, si no miras al alumno, la cosa va mucho peor. Considero pertinente recordar que he escrito este libro con base en mi experiencia como docente, no como erudito. Respeto mucho a los pedagogos y a los teóricos porque ofrecen teorías que pueden ser muy útiles, pero no hay que olvidar que cuando entras en el aula estás tú solo frente a tus alumnos. Como docente debes encontrar la manera de gestionar lo mejor posible esa clase, más allá de las teorías.
¿Las técnicas teatrales pueden ser de ayuda?
Por supuesto. Los actores definen sentimientos y emociones, con silencios y miradas, y confieren un sentido a las pausas, a las sonrisas y a los gestos. En cierta forma, un aula es una sala de cine, y está claro quién está en la pantalla: el profesor.
Josep Manel Marrasé es un profesor de matemáticas poco convencional. Antes de cada examen escribe a sus alumnos una frase en la pizarra para que reflexionen sobre la vida. A veces la cita es de Kant, otras de Mafalda o del psicólogo Rojas Marcos. Dice que su objetivo es, “por encima de todo, formar a personas”, y que trabajar en clase esa dimensión humanística ha repercutido de manera positiva en el rendimiento de sus alumnos. A partir de su experiencia personal ha escrito La alegría de educar (obra reseñada en nuestra sección de Libros), estimulante libro en el que ofrece un conjunto de sugerencias destinadas a mejorar la práctica educativa, e invita al docente a afrontar su día a día, en el aula, con pasión y optimismo. Licenciado en ciencias químicas por la Universidad de Barcelona y doctor en sociología y ciencias políticas por la Universidad Pontificia de Salamanca, Marrasé atesora una larga carrera en la enseñanza y actualmente es subdirector y profesor de secundaria y bachillerato en la Escuela Hamelin Internacional Laie, ubicada en Montgat, Barcelona.
* Periodista. Entrevista publicada originalmente en Cuadernos de Pedagogía, núm. 432, marzo de 2013.
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