Aunque se desempeña como secretario de Educación Pública desde hace apenas tres meses, Otto Granados contribuyó decisivamente a la instrumentación de la reforma educativa desde la Subsecretaría de Planeación, Evaluación y Coordinación de la Secretaría de Educación Pública. En esta entrevista nos comparte su visión sobre el panorama de la educación en México.
¿Podría describir, en pocas palabras, qué es el nuevo modelo educativo y qué debemos esperar de él?
El nuevo modelo educativo, que entrará en operación en el ciclo escolar 2018-2019, con nuevos planes y programas, libros de texto, materiales educativos y maestros capacitados específicamente, es una referencia crucial para transformar el sistema educativo con el fin de que los alumnos “aprendan a aprender”. Se puso énfasis en una variedad de habilidades y competencias del estudiante, así como de aprendizajes clave, centrados o condensados en el planteamiento curricular.
¿Cuál fue la premisa para echar a andar este modelo?
En política, dotar de sentido a lo que se hace es lo que importa. Esta reforma busca que la educación permita a los niños de México una vida mejor. Ahora bien, el nuevo modelo educativo reconoce que el desarrollo cognitivo de los niños, la forma como aprenden y reciben información y conocimiento, es uno de los procesos más complejos en la educación y que cada ser humano es distinto y por tanto aprende de manera distinta.
¿Y el objetivo?
Contribuir a tener niños no sólo mejor preparados desde un punto de vista académico sino también para la vida: la confianza en sí mismos, la curiosidad intelectual, la apertura al mundo diverso y cambiante en que vivimos y, por qué no, para su bienestar, su felicidad como seres humanos, que son un universo en sí mismos, que son o tienen pertenencias e identidades múltiples.
¿A qué atribuye que México haya tardado tanto en echar a andar estas reformas? Según algunos sociólogos, al gobierno y a los empresarios les convenía tener mano de obra barata y ciudadanos dóciles antes que una población calificada y participativa. ¿Comparte esta opinión?
No, no la comparto. Simplifica demasiado. Es evidente que el esfuerzo del Estado mexicano, a lo largo del siglo XX, fue notable: alfabetizar y escolarizar a un país que en los años veinte era un país rural, con 66 por ciento de analfabetismo, sin instituciones y que salía de una Revolución para pasar a tener un sistema educativo, por ejemplo, con casi 37 millones de estudiantes, 260,000 escuelas de todo tipo y nivel y coberturas de cien por ciento en primaria y secundaria o de 82 por ciento en media superior en distintas modalidades, y 4.4% de analfabetismo en la actualidad… No es un logro menor en lo absoluto. Por otra parte, la apertura de la economía, el cambio notable en la fisonomía industrial y productiva del país, los procesos de globalización, los malos resultados en las evaluaciones educativas internacionales y la irrupción de la revolución tecnológica y del conocimiento, hicieron ver al país que el gran desafío ahora ya no era la cobertura o, al menos, no sólo ella, sino la batalla por la calidad educativa y la formación de capital humano de más alto nivel. A eso responde la reforma educativa y explica por qué era una reforma inevitable. Si la hubiéramos emprendido por lo menos hace dos décadas tendríamos un mejor panorama educativo.
¿Cuánto tiempo calcula que tarden en dar frutos estas reformas?
A juzgar por el tamaño y la complejidad del sistema educativo mexicano y la heterogeneidad de los estados y las regiones, así como por la experiencia internacional de los países exitosos en educación, yo pensaría con realismo que entre una y dos generaciones. Esto, siempre y cuando la reforma se sostenga con toda determinación, disciplina y claridad durante los siguientes gobiernos. Ésta es una condición sine qua non.
¿Considera que se han perdido los valores familiares y de solidaridad entre los niño y los jóvenes o, más bien, que estos valores han cambiado?
No soy de los que piensan que todo tiempo pasado fue mejor. La verdad es que el mundo vive hoy quizá mejor que nunca y hay mucha evidencia en la vida social, el medio ambiente, la salud, el ingreso, entre otras variables. Esto aplica al tema de los valores y los principios. Decir la verdad, respetar la ley, apreciar la diversidad, sentir compasión y solidaridad por los demás, siguen siendo referencias vitales indispensables como práctica cotidiana y como aspiración permanente. Desde luego, ahora hay fenómenos quizá más complejos en el campo de las ciencias de la salud, como la depresión, por ejemplo, pero también tenemos más investigación especializada para entenderlos y atenderlos profesionalmente. Y otros que han existido siempre como la angustia y la soledad, por ejemplo en los periodos de entreguerras. Con toda razón don Manuel Sandoval Vallarta, el eminente físico mexicano, decía justo en los años de la Segunda Guerra Mundial que sólo la convivencia armónica de la educación, la ciencia y el arte nos permitirían vivir en medio de una era marcada por la angustia.
En su opinión, ¿cuál es la principal diferencia entre los niños y los jóvenes de hace 50 años y los de hoy día a la hora de aprender?
Hay cosas habituales en la evolución cognitiva de las personas. Por ejemplo, la curiosidad intelectual. Pero, claro, había menos instrumentos. Básicamente, la lectura en papel. El centro era la casa y la escuela. No más. Hoy, creo que la irrupción de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, como antes la televisión, han cambiado por completo la forma como comprendemos tanto el entorno más lejano como el más próximo y la manera en que interactuamos con ambos. Esto ahora compite con la escuela, es decir, con el espacio formal donde se da el proceso de escolarización, que ya no es el único sino que convive a edades incluso muy tempranas con otros vehículos de adquisición de información y conocimiento, mucho más potentes y en tiempo real. Esto ha sido notable.
¿No resulta descorazonador para un joven advertir que gran parte de lo que aprendió en la escuela —desde el nombre de los reyes mexicas hasta la fórmula de la pendiente— no le sirve de nada en su vida laboral?
Yo no sería tan drástico. Es que el aprendizaje de la historia o las ecuaciones supone un proceso mental y cognitivo por sí mismo que, bien desarrollado y entrenado, sirve también para aprender y comprender otros procesos. Por eso en el nuevo modelo hablamos de “aprender a aprender”. Esto dota al niño de una habilidad y una competencia muy importantes para adaptarse al mundo moderno y a situaciones que son cambiantes todo el tiempo.
¿Cómo podemos vincular mejor la educación con el trabajo en un mundo que amenaza con llenarse de robots? ¿Qué debemos esperar de los empresarios?
Los luditas la emprendieron contra las máquinas en el siglo XIX para oponerse a la Revolución industrial que destruiría sus empleos. ¿Qué pasó? La economía y el empleo se adaptaron y siguieron creciendo. Ahora, las TIC, la inteligencia artificial o la robótica llegaron para quedarse y este fenómeno que, combinado, algunos llaman la cuarta Revolución industrial, ha introducido dilemas nuevos para el empleo y la educación. Sobre esto último pienso que la educación técnica y la superior, que son la antesala del mundo laboral, vivirán una transformación relevante, justamente para que sus egresados puedan adquirir competencias y aptitudes que les permitan insertarse en ese mundo nuevo. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), ocho de cada 10 nuevos empleos se están creando justo en esos sectores más dinámicos e innovadores de la economía, y ya hay estimaciones más o menos certeras del empleo que desaparecería en sectores muy específicos, como el comercio electrónico.
En este escenario, ¿qué debemos esperar de los empresarios?
La creación misma de empleo está menos clara, pero dependerá de las tendencias demográficas: de qué tanto crecen las economías y en qué sectores de mayor innovación y valor agregado, y de la calidad de los egresados del sistema educativo. En fin, de variables que habrá que alinear mucho más intensamente. Veamos el caso de México; estos años se han creado 3.3 millones de empleos formales, una cifra impresionante, y probablemente en sectores cada vez más modernos.
Muchos padres de familia se desentienden de la educación de sus hijos, aduciendo que ésta es tarea del Estado. ¿Qué podemos hacer con esos padres de familia para involucrarlos en el nuevo modelo educativo?
La reforma educativa ha dado un papel más protagónico a los padres, y, de hecho, uno de los cambios en la Ley General de Educación fue asignarles formalmente el papel de agentes activos en la vida de la escuela. Hoy, por ejemplo, participan en tareas de contraloría social para decidir y vigilar los recursos que se envían directamente a las escuelas. Hay más consejos de participación social. En zonas problemáticas han sido los padres de familia los primeros en defender que las escuelas funcionen… Desde luego, falta tiempo para crear una genuina cultura de participación e influencia real de los padres en la escuela, una verdadera comunidad de aprendizaje, pero es un movimiento que ya empezó y difícilmente tendrá reversa.
Algunos sindicatos de maestros parecen tener agenda propia. Más que velar por los intereses de sus afiliados, pretenden inmiscuirse en los planes y programas educativos, designar autoridades y garantizar las prebendas para sus líderes. El descubrimiento de las 44,000 plazas irregulares —maestros que cobraban por no trabajar— es un buen ejemplo de esto. ¿Qué hacemos para sumarlos al nuevo proyecto?
Esta reforma está dirigida a asegurar el derecho de los niños a contar con una educación de calidad. Pero también es una reforma de, para y con los maestros. En ese sentido, los maestros han ido mostrando mayores capacidades para adaptarse al nuevo escenario que es, sin duda, muy bueno para ellos, y para incentivar el mérito, la capacidad y el esfuerzo de cada docente. Estoy convencido de que con el tiempo va a incrementar no sólo la calidad de los docentes sino su vida profesional, su prestigio y su reconocimiento. Estoy seguro de que, con la consolidación del nuevo modelo, los maestros mexicanos elevarán gradualmente la confianza en sí mismos, sabrán que su éxito profesional sólo depende de ellos y empezarán a vivir una nueva etapa en la que su ascendiente comunitario y social, propio del siglo XXI, se afianzará con base en el respeto derivado de su esfuerzo y en tanto se vea reflejado en el progreso académico de sus estudiantes.
¿Cómo puede contribuir la educación a disminuir la desigualdad? De acuerdo con algunos observadores, la diferencia entre la educación privada y la pública es abismal. ¿Coincide usted con este diagnóstico?
No necesariamente. Es cierto que ha sido un tema largamente debatido y los análisis que se hacen al respecto, aunque puedan ser correctos, son simplistas y toman como referencia únicamente los resultados de logro académicos obtenidos a través de pruebas estandarizadas aplicadas en el país. Sin embargo, la educación es un asunto multifactorial y, por lo tanto, sus resultados están influidos por una cantidad importante de variables relacionadas con alumnos, docentes, escuelas, etcétera, además del contexto en que se desarrolla la actividad educativa. En una perspectiva más rigurosa, métodos estadísticos recientes permiten realizar análisis más integrales donde, además de considerar los resultados académicos, se incorporan variables relacionadas con el contexto escolar y familiar. A partir de estos estudios se han obtenido importantes precisiones, como la encontrada en PISA 2015, donde se observó que los estudiantes de escuelas privadas obtienen mejores notas en ciencias que los de escuelas públicas, pero una vez que se tiene en cuenta el perfil socioeconómico de los estudiantes de cada escuela, son los alumnos de escuelas públicas quienes obtienen mejores resultados, de media, en los países de OCDE y en 22 sistemas educativos. En cuanto a las desigualdades sociales existentes, éstas persisten, se reproducen e incluso pueden acentuarse en el interior del sistema educativo debido al tratamiento desigual que se proporciona a las escuelas, la falta de instalaciones adecuadas, la exclusión en el acceso a la educación, la segregación de alumnos en el interior de las escuelas, entre otros.
¿Esto fue considerado en la reforma educativa?
Claro. Se incluyó, como uno de sus componentes centrales, la equidad y la inclusión, mediante programas específicos como Escuelas al 100 que, junto con otras intervenciones, habrá invertido unos 66,000 millones de pesos para la mejora y modernización de los espacios escolares, o las escuelas de tiempo completo que pasaron de 6,000 en 2013 a más de 25,000 ahora, así como estrategias que contemplan la diversidad cultural y lingüística, los requerimientos de la población con discapacidad y, en general, las barreras que impiden el acceso y la permanencia en la educación de las mujeres y de grupos vulnerables. En suma, queremos, sí, calidad en la educación, pero para todos.
¿Qué le parece lo más difícil de ser secretario de Educación Pública en este momento? ¿Cuál es su principal desafío?
Crear las condiciones necesarias para consolidar los avances de la reforma y asegurar su continuidad y permanencia en el mediano y largo plazos.
De sus antecesores en el cargo, ¿quién es el que más simpatías le genera? ¿Por qué?
Bueno, desde luego que por razones obvias valoro mucho la energía, el liderazgo y la dedicación que puso Aurelio Nuño al iniciar la instrumentación de la reforma. En el caso de Reyes Heroles, me tocó trabajar y vivir con él unos años fascinantes en la SEP, y en una perspectiva histórica, me quedo con Narciso Bassols y con Jaime Torres Bodet.
¿Cómo le gustaría que lo recordaran en su paso por la SEP?
Es muy pronto para saberlo…
Otto Granados estudió derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México y ciencia política en El Colegio de México.
Ha desempeñado una extensa carrera en la actividad educativa, las funciones de gobierno y los asuntos internacionales. Entre otros cargos, ha sido secretario particular del secretario de Educación Pública, Jesús Reyes Heroles; oficial mayor de la Secretaría de Programación y Presupuesto; director general de Comunicación Social de la Presidencia de la República; gobernador de Aguascalientes; embajador de México en Chile en dos ocasiones, y subsecretario de Planeación, Evaluación y Coordinación de la Secretaría de Educación Pública. Es secretario de Educación Pública desde diciembre de 2017.
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