El espacio público, la expresión artística, el orden doméstico, la democracia participativa… pueden transformarse radicalmente si integran la mirada infantil; así lo argumenta y defiende Vital Didonet, asesor de distintos organismos nacionales y transnacionales en el área de los derechos de la infancia y una de las voces más reconocidas a la hora de desarrollar un discurso integral sobre la niñez.
Cuando habla de primera infancia, ¿se refiere a un bebé?
El concepto es más amplio. Las organizaciones que pertenecen a la Red Nacional de Primera Infancia en Brasil tienen distintas miradas: para la medicina, es la etapa de 0 a 5 años; UNICEF prefiere de 0 a 8 años, y en educación es de 0 a 6. No es por elegir algo intermedio, sino porque de los seis a los siete años de edad se producen cambios grandes en el desarrollo, por la escolarización y también por la representación social del niño.
Pero también a lo largo de la etapa de 0 a 6 hay grandes cambios, ¿no?
Sí, por eso ahora estamos poniendo una atención específica en los tres primeros años. La neurociencia afirma la importancia de ese periodo, en el que el cerebro está construyendo las estructuras. Es un tiempo decisivo para la formación de una persona. La arquitectura del cerebro se construye en 80 o 90% hasta los tres años.
¿Hay una primera infancia o muchas?
Muchísimas. La infancia es una categoría social que se construye en la cultura, en la política, en las condiciones de vida. Ser niño es una condición biológica (tener pocos años de vida y empezar a vivir), pero ser un infante es vivir una cultura de infancia, expresado tautológicamente.
¿Y qué es una cultura de infancia?
Los bebés nacen iguales, en cuanto a las condiciones de construcción de inteligencia, de expresión afectiva, de integración social, independientemente de cualquier condición genética. Pero lo que se vive en los años iniciales de la vida cambia en ambientes y en culturas distintas. En Brasil hay grandes diferencias entre la infancia rural y la infacia urbana; en la Amazonia existen familias que viven aisladas alrededor de los inmensos ríos, y para llegar a un centro de salud, a la escuela o al centro comercial, deben estar horas en un barco, luego en un autobús… Lógicamente, esa infancia es distinta a la de los grandes centros urbanos. Hay, en definitiva, una infancia de ricos y una infancia de pobres. El niño que vive en una favela lucha a diario por la supervivencia; su relación con la policía, con la televisión, con la violencia le hace pensar el mundo de forma distinta. Cada niño construye categorías de relación que tienen que ver con su experiencia.
¿Dónde o cuándo empiezan las diferencias?
La primera diferencia reside en si es o no un bebé deseado: si es bien recibido en la familia y tiene calidad de vida suficiente para tener salud y energía para explorar el mundo y construir su visión de la realidad, es decir, construirse como persona en relación con el medio social y físico. Los niños pobres tienen menos posibilidades de sueños, de esperanza, de proyección y de fantasía; tienen mayores restricciones por la exigencia de soluciones inmediatas.
¿Hasta qué punto determina la vida nacer deseado o no?
Determina no sólo los primeros momentos, sino toda la vida. Imagínese que nos preguntaran si queremos nacer o no pero advirtiéndonos que nadie nos quiere. Se reducen las posibilidades de que uno confíe en sí mismo y en el otro, de poder afrontar la vida. Ser querido es la precondición para construir una relación de amor y amistad. El vínculo afectivo del bebé con la mamá y con el resto de la familia es lo que estructura la personalidad. Cuando no hay vínculo, la personalidad no se construye, se queda perdida.
¿Y qué pasa con los niños tutelados?
Problemas muy graves. Un niño que siente el rechazo o que es tratado como un número o con compasión genera vacío de confianza. Cuando recibe un mínimo de atención te agarra y desea quedarse contigo; ésa es la expresión de la necesidad fundamental del ser humano de las relaciones de cariño, apoyo, confianza y fraternidad.
¿Qué es educar en la etapa de 0 a 3 años?
Lo primero, dar seguridad afectiva. El niño nace inseguro. Es de los seres vivos generados por una madre que nace más inmaduro y precisamente por eso los seres humanos tenemos el útero social, no sólo el biológico. El niño no nace independiente, y la mamá es muy importante para hacer el tránsito hacia el útero social. En segundo lugar, educar en esos momentos también es establecer referencias, puntos de vista que ubican a la persona. El lenguaje, la mirada, el tacto, el sonido, la presencia física… son puntos de referencia que proporcionan al niño el coraje de aventurarse en un ambiente desconocido. Eso es educar y no cortar sus iniciativas ni llenar la vida del niño de noes (plural del adverbio de negación). Si nada se puede tocar ni hacer ni decir… Eso es la negación, y el niño necesita una educación positiva para el descubrimiento.
¿Dónde está mejor el bebé, en casa o en una guardería?
De partida, yo diría que en casa, hasta el año y medio o dos años, cuando ya empieza a hablar y quiere ampliar sus relaciones con otros niños. Pero hay muchas circunstancias que obligan a llevarlo antes de esa edad; por ejemplo, que la madre esté sola. En Brasil, 33% de los hogares tienen como responsable de la familia a una mujer sola.
¿Cuál es la frontera entre infancia y edad adulta?
Hay una frontera nítida entre infancia y adolescencia, pero menos clara entre seis y siete años, y la psicología se pregunta si hay ruptura o continuidad con cambios marcados; yo diría que son cambios marcados. De la primera a la segunda infancia el niño adquiere autonomía: caminar, salir de los brazos de los papás. Es un punto de inflexión importante en la independencia; el habla, otro, porque ya no depende sólo de gestos y miradas; la escritura, otro más, que le da instrumentos más complejos de comunicación, expresión y afirmación. Esos instrumentos marcan el paso de una etapa a otra.
En el Plan Nacional por la Primera Infancia de Brasil se lee: “Los niños tienen derecho a vivir su infancia en plenitud, sin presión hacia el crecimiento ni el aprendizaje”. Ese derecho, ¿cuestiona la escuela?
Cuestiona un modelo de escuela. La que pretende transmitir conocimientos en lugar de estimular al niño para que construya el conocimiento. El objetivo de la escuela no puede ser transmitir un currículo, un contenido definido de conocimientos formales socialmente construidos y validados, sino las relaciones sociales, el placer de disfrutar la vida, comprender el arte y la belleza, y desarrollar la inventiva… Construir el sujeto cognoscente. El problema es que durante muchos años la escuela imaginaba que el niño era un vaso vacío, que se debe llenar con el líquido del conocimiento, y que el maestro era quien lo vertía. El maestro era un llenador de la inteligencia del niño. Eso cambió con las pedagogías del último siglo, que miran al niño como constructor de su conocimiento, capaz de investigar y descubrir.
Hay escuelas que cortan el vuelo de esas energías infantiles…
¿Quién va a hacer el progreso si la escuela es simple transmisora? Todos queremos que la sociedad progrese. Los avances se dan porque hay personas que no aceptan la situación y quieren cambiar y entonces emprenden su búsqueda en la confianza de que pueden hacerlo. Esos son instrumentos que la escuela debería desarrollar en los niños desde temprana edad. La escuela puede ofrecerles oportunidades que las familias no pueden proporcionarles, porque los papás están trabajando, el espacio de la casa es pequeño, la casa no permite diversidad de experiencias… La escuela debe constituir un espacio holístico de experiencias y de interacción, con una orientación curricular en diferentes campos de investigación, y facilitar los materiales y los instrumentos para realizar esas búsquedas.
Otro punto del Plan Nacional por la Primera Infancia consiste exigir a los estados que los niños sean respetados y valorados en su identidad. ¿Cuál es esa identidad?
Cada uno tiene la suya; cada niño y cada niña es un sujeto, una persona con identidad propia. Yo no soy el otro ni quiero ser tratado como un número. La escuela pone uniformes para que todos los alumnos sean iguales, para que olviden que son personas con pensamientos, sentimientos, deseos y características propias. La escuela posee una idea de uniformización por el conocimiento. Es una falsa unidad, una falsa identidad, y lo que queremos como seres humanos es aportar nuestra singularidad para una sociedad de sujetos múltiples.
¿Qué papel desempeñan la familia y la escuela en la construcción de la identidad?
La identidad y la personalidad se construyen. Uno se hace persona, diseña el yo a lo largo de su vida, con sus experiencias. Los primeros años son determinantes porque las experiencias son más fuertes. Quienes están con los niños desde el principio son quienes más marcan. Los niños son coconstructores de su identidad, porque uno no se hace solo, sino en relación. La escuela amplifica ese espacio familiar y trae más personajes para interactuar; la maestra, el maestro o la persona que está al frente del centro de infantil agregan nuevas miradas, nuevas preguntas, nuevas respuestas, nuevos desafíos para el niño. Por otro lado, el niño crea lazos de amistad con sus iguales. La identidad se va construyendo en relación con todos esos personajes, pero también hay algo único en cada uno, un yo, el deseo personal, la energía de la vida que es genética, que es la flecha de la evolución que está dentro de cada cual y que va agregando elementos del entorno social y físico, en un sentido que cada persona da para sí mismo.
¿Qué opina de los hijos únicos?
Hay varios estudios sobre eso y depende de la forma en que uno es educado en la familia. Se estudió mucho en China y se descubrió que los niños reciben tanta atención y tanta protección (si llegaran a morir terminaría la familia) que no tienen posibilidad de aventurarse y probar sus capacidades. Cuando llegan a la adolescencia se rebelan y se vuelven agresivos con los papás por no haberles permitido crecer. Un hijo que no es único tiene que dividir el abrazo de mamá, el espacio en el coche, los juguetes… Y eso constituye no sólo un aprendizaje de límites, sino de reconocimiento del deseo del otro. La concepción de quién soy yo es resultado de descubrir que hay alguien distinto, que no hace mi voluntad, que no me atiende siempre que quiero, que siento su ausencia… Entonces se comprende que hay alguien que no me pertenece, y se aprende: “Yo también soy eso”. Pero se da la posibilidad tranquila de que los hijos únicos interactúen con otros en los centros preescolares; también por eso son tan importantes.
¿En qué ha cambiado la revolución tecnológica el modo de vivir la infancia?
Los niños tienen hoy una curiosidad increíble por los aparatos tecnológicos pues les sirven para hacer muchas cosas. Como la tecnología es muy veloz, la inteligencia del niño también se acelera para seguir esos cambios. Nosotros tenemos dificultad en el manejo de los aparatos tecnológicos más desarrollados y pedimos ayuda a los niños. Ellos han desarrollado una inteligencia tecnológica, que es de alta velocidad y de alta complejidad. La tecnología nos ha traído la aldea global de McLuhan: todo el mundo al mismo tiempo.
Imagino que le producirá vértigo si la compara con su niñez…
Yo soy de una zona rural. Mi infancia tenía un ritmo… Un autobús que salía de día y llegaba por la tarde, una iglesia, un mercado, un centro social y la escuela. Todo mi mundo era eso. Una vez al mes veía un avión surcar el cielo y me preguntaba cómo podía haber gente allá arriba. Hoy el mundo está presente en todos los lugares; con la televisión y con la computadora, más todavía. Esto lo hace más veloz y más complejo.
La Organización Mundial de la Salud sostiene que 40 millones de menores de 15 años son víctimas de maltrato o abandono. ¿Es nuestro mayor fracaso como sociedad?
Es la consecuencia más grave de la visión adultocéntrica e individualista. La sociedad se organiza en función de la edad productiva: el adulto se considera el rey del mundo y la única razón de la existencia es ese periodo. Entonces, se puede hacer cualquier cosa con las otras edades. Pero el número siempre me suscita interrogantes: ¿quiénes son esas personas?, ¿cómo se llaman? Porque uno de esos 40 millones es alguien que sufrió violencia injusta y fue herido en su sensibilidad. Podrían no ser 40 millones y debería provocarnos el mismo estupor, porque no es el número sino el hecho de que un adulto es capaz de violentar a un niño, y eso, en términos de humanidad, tiene la misma gravedad.
Vital Didonet es licenciado en filosofía y pedagogía, con maestría en educación y estudios especializados en planeamiento educacional. Es padre de tres hijos, dato que siempre incluye en su currículum profesional.
Es experto en educación infantil y desde hace 25 años actúa en el área de los derechos del niño, especialmente en las políticas públicas de educación, y, dentro de éstas, en las de la educación infantil.
Se ha desempeñado como vicepresidente de la Organización Mundial para la Educación Preescolar; coordinador nacional de Educación Preescolar en el Ministerio de Educación de Brasil; consultor legislativo de la Cámara de Diputados en el área de educación, cultura y deporte, y coordinador de la Secretaría Ejecutiva de la Red Nacional Primera Infancia en Brasil.
Organizó el proceso de concepción y construcción social del Plan Nacional por la Primera Infancia y coordinó su elaboración (el plan abarca todos los derechos del niño hasta seis años, con metas para 12 años: 2011-2022; fue aprobado por el gobierno en diciembre de 2010 y se está implementando en el ámbito federal).
Desde hace 30 años ha participado como conferencista y ponente en universidades, ministerios de educación, institutos, fundaciones y organizaciones no gubernamentales en Brasil y en 26 países de los cinco continentes. Ha publicado numerosos libros y artículos en revistas nacionales y extranjeras.
* Periodista. Edición de la entrevista publicada originalmente en Cuadernos de Pedagogía, núm. 453.
Deja una respuesta