Las elecciones presidenciales están a la vuelta de la esquina, y mientras los candidatos se preocupan por posicionar su imagen y desacreditar a sus contrincantes para conseguir la aprobación y el voto que los lleve a Los Pinos, los electores debemos concentrarnos en conocer sus propuestas. Por ello, los autores de este artículo analizan cuál es la plataforma de los candidatos en materia educativa.
La decisión sobre por quién votar es menos racional de lo que solemos pensar. Elegir a un candidato es, fundamentalmente, una decisión emocional desencadenada por reacciones químico-cerebrales que se producen al ponderar opciones. Incluso, como explica el renombrado lingüista George Lakoff, no votamos necesariamente por nuestros intereses: votamos por la identidad, los valores y las personas con quienes nos asemejamos.
Actualmente somos testigos de un contexto de desconfianza generalizada hacia los políticos, de volatilidad del voto y de fragmentación de las estructuras partidistas tradicionales. Por eso los candidatos se ven en la necesidad de contar historias que humanicen y que incluso personifiquen sus plataformas. Para lograrlo, los recursos simbólicos, morales y emotivos juegan un papel clave.
Estas elecciones serán conquistadas por quien logre construir una narrativa que sea creíble, que inspire y que genere suficiente esperanza, no a todos pero sí a la mayoría. Como no todos los candidatos tienen el mismo margen de maniobra para contar su historia, especialmente en relación con su plataforma educativa, intentarán maximizar su proyección con distintos segmentos. Sin propuestas claras que los electores puedan palpar, las narrativas de los candidatos se desvanecen al no poder conectar con prioridades individuales o con un sistema de valores determinado. Tan es así que el péndulo educativo de las elecciones oscilará entre la continuidad de unos candidatos y la revuelta de otros.
Meade: la reforma educativa a examen
La narrativa educativa de José Antonio Meade Kuribreña y su coalición (PRI-PVEM-PANAL) no puede ser diferente a la de la actual administración. Significa a todas luces la continuidad. La reforma educativa del presidente de la República, Enrique Peña Nieto, con sus positivos y sus negativos, es parte de la herencia transmitida a Meade Kuribreña, una figura que evocó eficacia y honestidad durante su paso por oficinas clave de la administración pública federal. En numerosos discursos, el Ejecutivo federal ha dejado claro que la educativa es “la más importante de todas las reformas estructurales”. Esa ha sido su bandera y seguirá siendo parte de su legado. Por eso, Meade posiciona su oferta como una especie de “segunda parte” de la transformación educativa protagonizada por el presidente Peña Nieto. Sin ir muy lejos, el coordinador de campaña es el ex secretario de educación, Aurelio Nuño.
La plataforma electoral 2018 del PRI cuenta la historia de las hazañas de los gobiernos (priístas) del siglo XX que construyeron el sistema nacional de educación pública, cuya necesidad de mejora comprendió Peña Nieto al lograr una reforma educativa histórica y un cambio modernizador en un ya anquilosado modelo educativo. Por eso, el candidato de la coalición Todos por México ofrece profundizar las principales políticas de esta administración: seguir impulsando el nuevo modelo educativo, consolidar el servicio profesional docente, dar mayor autonomía para las escuelas, equipar más escuelas de tiempo completo, erigir mayor infraestructura, continuar con la incorporación de tecnología en el aula, elevar la escolaridad y mejorar la coordinación entre órdenes de gobierno.
AMLO: un sistema de protección contra el privilegio
Andrés Manuel López Obrador, en sus discursos y en el Proyecto de Nación 2018-2024 de Morena, ha contado una historia discrepante, consistente con lo construido durante sus dos campañas presidenciales anteriores. No es continuidad ni cambio de matiz. Su propuesta es una metamorfosis. En la historia que nos transmite, él es el cambio necesario frente a una élite corrompida y un modelo neoliberal que infunda tristezas. Su propuesta educativa, ya asimilada por la Coalición Juntos Haremos Historia, que incluye al PT y al PES, es, en palabras del candidato, una herramienta para el desarrollo de los individuos en la vida y en la comunidad, y no una práctica de adiestramiento mercantil. Ofrece una narrativa de reivindicación de las clases no privilegiadas que han sido excluidas sistemáticamente por un régimen injusto. Aquí no cabe la hazaña educativa de gobiernos anteriores (salvo el reconocimiento a los ex presidentes Benito Juárez y Lázaro Cárdenas), sino un señalamiento con reproche al desmantelamiento del país y de sus instituciones durante los últimos 40 años. En su ímpetu reformista que atenta contra la propia reforma, López Obrador se presenta como una figura de rectitud ante un gobierno sometido a poderes financieros externos, sumido en crisis y que no espabila.
No es sorpresa, pues, que la plataforma educativa de Morena proponga corregir el rumbo de la reforma educativa de Peña Nieto y dejar así sin efecto sus medidas, las cuales, asegura, ponen en riesgo los derechos de cientos de miles de maestros. Si de prescripciones en materia educativa se trata, su plataforma es relativa al volumen de las oportunidades. Para llevar a cabo una auténtica revolución que mejore la calidad de la enseñanza, Morena propone que nadie se quede sin estudio por falta de espacios, de maestros o de recursos económicos.
Lo anterior se traduce en emprender un gran programa de alimentación en escuelas, brindar apoyos económicos a jóvenes que no trabajan o estudian, otorgar becas mensuales para jóvenes que estudien en el nivel medio superior, establecer una política de “no rechazo” y “100% inscripción” para aquellos que quieran ingresar a escuelas preparatorias y universidades públicas, incluso planteando la eliminación de exámenes de ingreso en estas últimas. Desprovista de una justificación financiera, la historia contada por López Obrador toca un nervio central que podría atraer a votantes y a grupos de poder en disgusto con la reforma actual.
Anaya: la educación en el pragmatismo político
Ricardo Anaya Cortés, quien encabezará la Alianza por México al Frente (PAN, PRD y MC), ha intentado construir una historia que brinde coherencia a la unión entre la izquierda y la derecha mexicanas. Su éxito también es relativo: si bien aprovecha el fracaso de las ideologías para presentar una opción pragmática que retome un poco de cada propuesta, sin abordar temas que pudieran generar rompimientos, la historia traiciona aspectos fundacionales de cada partido y, por ende, es una masa amorfa. Anaya cuenta la historia de un México que necesita un cambio obligado de partido y de régimen como claros antagonistas, pero no el cambio radical de otro villano, López Obrador, sino el suyo, el de un adalid joven, nuevo, moderno y sin ataduras. En apariencia, para algunos creíble, y para otros increíble.
La propuesta educativa de Anaya difícilmente podría plantear cambios radicales al rumbo trazado por el presidente Peña Nieto. Esto porque el PAN y el PRD firmaron con el PRI el Pacto por México, del cual nació la reforma educativa. No sólo la reforma constitucional en materia de educación contó con el apoyo del PAN: en la presentación de las reformas legales en septiembre de 2013 Anaya apareció como invitado de honor, sentado a la derecha del presidente.
Las propuestas ofrecidas por Anaya no son novedosas: garantizar que la educación obligatoria sea accesible, mejorar los programas que ataquen el rezago, incrementar la calidad de los contenidos educativos, implementar programas que incorporen tecnologías en el aula, promover la dignificación magisterial y fortalecer la participación de padres de familia, tutores y docentes en la toma de decisiones alrededor de escuela. Los maestros no son grandes aliados de Anaya: el ala oficialista del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), aliados con el PANAL, apuestan por José Antonio Meade, y la radical Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) está con López Obrador, lista para trabajar un nuevo modelo educativo. La historia de cambio que plantea Anaya respecto de la actual administración es política, no educativa. Por ello, Anaya buscó y encontró una propuesta que le permitiera ofrecer algo distinto y que tiene efectos en la educación: brindar un ingreso básico universal para todos los mexicanos como palanca para eliminar la pobreza. Viable o no, esta propuesta ha estado en boca de la sociedad.
Los independientes: primero la candidatura
En lo que concierne a los candidatos independientes, al 24 de enero de 2018 sólo tres aspirantes contarían con posibilidades reales para cumplir los requisitos del Instituto Nacional Electoral y contender por la presidencia: Armando Ríos Piter, Jaime Rodríguez Calderón y Margarita Zavala. Más allá de las certezas de registro rumbo a la elección de julio, esos aspirantes han ofrecido poco más que frases en el terreno educativo.
Es en este vacío de contenido que sale mejor librada Zavala, ex diputada por el PAN, quien en sus días como primera dama de México se refería a la educación como el “gran igualador” de oportunidades del país, idea que retoma para su plataforma presidencial. Evadiendo atavismos, pero con poca especificidad, las ideas educativas de Zavala resaltan la vena meritocrática que intentaría imprimir en su modelo educativo: construir al menos 100 universidades de excelencia y con vocación tecnológica, priorizando la región Sur-Sureste, incrementar 50% el número de alumnos que logran pruebas de aprovechamiento satisfactorias o sobresalientes, dar prioridad a las mujeres y a los alumnos destacados en los ramos STEM y ofrecer becas de manutención a los estudiantes más destacados de cada entidad federativa. Por ahora, resta esperar el inicio de las campañas en marzo para que los tres aspirantes desarrollen sus propuestas y muestren sus posiciones en torno de la reforma educativa.
Un llamado ciudadano por el futuro de la educación
A pesar de que las narrativas educativas de los candidatos serán el “molde” a través del cual los candidatos se darán a conocer y lograrán congregar el voto, la comunidad educativa y académica debe fungir como punta de lanza para indagar seriamente en las propuestas concretas, para analizar su factibilidad y profundizar en sus posibles consecuencias. Da la impresión, hasta ahora, de que se nos sigue queriendo convencer de que el héroe es el político: el candidato al rescate. Pero sabemos por las democracias liberales, con sus defectos y sus virtudes, que el verdadero héroe es el ciudadano, pues no hay ciudadanía posible sin educación, y no puede existir democracia sin ciudadanía. No deben bastar las habilidades de orador, planteadas por Cicerón en la escuela de la retórica: las propuestas deben cautivar por sus cualidades atractivas, pero también prácticas, y su reto es llamar a segmentos contrapuestos y en ocasiones enclaustrados. Construir la opción será responsabilidad de los candidatos y sus partidos, pero la responsabilidad de elegir y supervisar será nuestra.
* Maestro en gobierno y asuntos públicos por la Georgetown University en Washington y miembro del consejo editorial de El Mundo de la Educación.
** Licenciado en estudios latinoamericanos, con especialidad en periodismo, por la Universidad Estatal de Nueva York en Plattsburgh.
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