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Filósofo, físico y epistemólogo argentino, Mario Bunge no sólo fue uno de los más destacados científicos de habla hispana —reconocido con el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades y Comunicación en 1982—, sino también un destacado maestro que inspiró a toda una generación de científicos. Con motivo de su reciente fallecimiento, publicamos un par de homenajes en voz de sus discípulos.
Mis años con Mario Bunge
Rafael Vidal. Profesor de filosofía de la ciencia en la UNAM.
El 24 de febrero de 2020 falleció el filósofo e intelectual extraordinario que fue Mario Bunge. Cinco meses antes (septiembre de 2019) había cumplido 100 años. Hasta esa fecha todavía concedía entrevistas y estaba lúcido. Incluso aún intercambié con él, vía e-mail, un saludo de felicitación por su centésimo aniversario.
En 1975 yo era estudiante de la carrera de filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En ese año tomé el curso de filosofía de la ciencia con el profesor Hugo Padilla; el libro a leer y a comentar durante el curso era un mamotreto de casi 1,000 páginas escrito por Mario Bunge (La investigación científica, Ariel, Barcelona, 1969). Lo leí y releí con mucho interés y me pareció un texto extraordinario, así que cuando, en 1976, me enteré de que Mario Bunge vendría a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM a pasar un año sabático yo no lo podía creer. En su año en la UNAM impartió un muy ilustrativo curso de filosofía exacta. Como su alumno, pude constatar que Mario Bunge era absolutamente enciclopédico, muy claro en sus exposiciones, contundente en sus afirmaciones, intolerante a la crítica, agudo y hasta divertido en sus juicios y sus observaciones, sagaz en la conversación y muy disciplinado en su trabajo.
Por recomendación del profesor Hugo Padilla me convertí en ayudante de Bunge y durante ese año escolar lo ayudé a organizar un coloquio semanal de filosofía. Gracias a este encargo aprendí mucho y conocí a científicos e intelectuales a los que él invitaba cada semana al coloquio. El año sabático de Bunge remató con la fundación de la Asociación Mexicana de Epistemología y con una cena en la casa nada menos que de ¡don Manuel Sandoval Vallarta! Para mí, el sabático de Bunge culminó con la invitación que me formuló para ir a estudiar el posgrado en filosofía de la ciencia en la Universidad McGill, en Montreal, Canadá. Como en ese tiempo no había becas ni apoyos de ningún tipo para estudiar filosofía, vendí todo lo que tenía, retiré mis pocos ahorros y me fui a Canadá.
A mis 29 años de edad apenas podía saludar en inglés. Así que, ya en Montreal, me inscribí a un curso intensivo de inglés de siete semanas (cuatro horas diarias) y así, con esa embarrada de inglés, comencé los cursos del año lectivo (septiembre de 1977). Mi comité de posgrado me preparó un cocktail molotov de los cursos que debía tomar: álgebra abstracta, economía, cálculo, psicología fisiológica (con Peter Milner), seminario sobre Leibniz (en francés), filosofía exacta (con Mario Bunge), seminario de ética, etcétera, uf y uf. La única manera de sobrevivir a ese rudo tratamiento fue irme a vivir a la biblioteca de lunes a domingo. Aún así, Bunge decía que no era suficiente.
¿Por qué decía Bunge que lo que yo hacía no era suficiente? Porque él era un portento. Quién, en su sano juicio, puede escribir más de 40 libros y decenas y decenas de artículos de toda índole en las mejores casa editoriales y revistas del mundo. Escribió un monumental tratado de filosofía básica de ocho volúmenes (Semantics 1 y 2; Ontology 1 y 2; Epistemology and Methodology 1, 2 y 3, y Ethics. The Good and the Right). Su libro La investigación científica lleva múltiples ediciones (incluidas ediciones pirata), el libro sobre la causalidad (Causality) ha sido traducido a varias lenguas y está en la colección de clásicos de Dover. Un día, en la biblioteca de su casa, me mostró la edición en chino de su Causality y me dijo irónicamente: “Todo esto lo escribí yo y no entiendo ni una palabra”. Bunge escribió libros de filosofía de la ciencia, pero era mucho más que un filósofo de la ciencia. Publicó decenas de libros sobre semántica, lingüística, ontología, metodología de la investigación, teoría política, ética, psicología, filosofía de la medicina, filosofía de la biología, filosofía de la física, pseudociencia, filosofía de la tecnología y un largo etcétera.
Bunge era conocido en los medios académicos filosóficos más importantes del mundo. En 1964 Bunge fue el editor de un libro (Festschrift) en homenaje al gran filósofo de la ciencia Karl Popper (The Critical Approach to Science and Philosophy) con la contribución de grandes nombres de la filosofía de la ciencia, como Herbert Feigl, Nicholas Rescher, Joseph Agassi, John Eccles (Premio Nobel), Paul Feyerabend y Adolf Grünbaum entre otros.
Bunge era un científico. Estudió física hasta el doctorado y luego, con algo de rechazo de su maestro Guido Beck, se metió de lleno a la filosofía. Filosóficamente era un materialista recalcitrante (incluso decía que Marx y Engels eran materialistas tibios). El materialismo filosófico es un monismo sustancial que sostiene que sólo hay una única sustancia en el universo —la materia— y que todo lo demás que percibimos, como la mente, la vida, la cultura, etcétera, son expresiones y propiedades de esa única sustancia llamada materia. Es una hipótesis filosófica tremenda y muy debatible, pero Bunge hizo la tarea para sostener su hipótesis contra viento y marea y mostró, a lo largo de sus escritos, cómo se puede ser un materialista no sólo en la ciencia sino también en la lingüística, la ética, la psicología, la sociología y más.
Además del materialismo ontológico, Bunge sostuvo el realismo ontológico (las cosas existen independientemente del sujeto), el realismo epistemológico (la realidad es cognoscible), el cientificismo (la ciencia es la mejor manera de conocer la realidad), el sistemismo (todas las cosas del universo son sistemas o parte de sistemas) y el emergentismo (todos los sistemas poseen propiedades emergentes que sus partes o componentes no poseen). Con todos esos elementos creó un gran sistema de pensamiento pocas veces visto en otros pensadores.
Como buen científico, Bunge estaba en contra de las pseudociencias, esas “disciplinas” intrusas vestidas con el ropaje de la ciencia, pero que no lo son; por ejemplo, la parapsicología, la astrología, la grafología, el creacionismo y, su favorita, el psicoanálisis. Creo que Bunge gozaba poniendo ejemplos de pseudociencias que prácticamente carecen de aparato teórico, que no tienen manera de corregir nada en vista de nuevas evidencias, que no están conectadas con ninguna otra ciencia, cuyos practicantes aprenden en “escuelas” que están desvinculadas de las grandes universidades y centros de investigación y que están más dedicadas a la acción, al resultado práctico y a la creencia que a la investigación y a la elaboración de teorías y leyes. Bunge era incisivo y taladrante en todos estos argumentos; sus libros y sus escritos sobre pseudociencia son, sin duda, una diatriba contra la charlatanería, el fraude y la estupidez.
Bunge también criticó duramente el existencialismo. Afirmaba que era una doctrina para no pensar y su crítica al respecto siempre era intolerante y demoledora. En una ocasión, durante el curso de filosofía de la ciencia en la Universidad McGill, un estudiante le preguntó acerca de Heidegger (el filósofo existencialista alemán nacido en 1889). Cuando el estudiante aún no terminaba de formular su pregunta Bunge lo atajó y le dijo: “Mire, le voy a decir quién era Heidegger; este señor nació en el año 300, y en ese tiempo las técnicas de embalsamamiento ya estaban muy avanzadas así que lo embalsamaron y lo despertaron en 1927 y el señor Heidegger inmediatamente se puso a escribir mucho y apresuradamente, pero ¡con las ideas del año 300! Siguiente pregunta”.
Bunge recibió 21 doctorados honoris causa de universidades muy prestigiosas; también fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias y se le ofrecieron otros muchos homenajes y reconocimientos; además, se han escrito tres libros en homenaje a Mario Bunge, lo que en los medios académicos se conoce como Festschrift: Agassi y Cohen (1982), Scientific Philosophy Today; Weingartner y Dorn (1990), Studies on Mario Bunge’s Treatise, y Matthews (2019), Mario Bunge: A Centenary Festschrift.
En el transcurso de 1980, bajo la rigurosa y exigente dirección del doctor Mario Bunge, terminé de escribir mi tesis sobre filosofía de la tecnología. Agradezco a la vida el gran privilegio de haber estudiado filosofía y muchas otras cosas al lado de un intelectual de la talla mundial que es y seguirá siendo Mario Bunge.
El rigor académico y la verdad, ante todo
René Thierry. Vocal ejecutivo de los Comités Interinstitucionales para la Evaluación de la Educación Superior.
Todo comenzó en el tercer semestre de la licenciatura en filosofía, en la Universidad Nacional Autónoma de México, cuando me inscribí al curso de filosofía de la ciencia con el profesor Hugo Padilla (quien más tarde se convertiría en mi padre intelectual). Él me presentó a Bunge. A manera de iniciación leí la tesis de doctorado en filosofía La ciencia, su método y su filosofía. Yo no sabía que era su tesis de doctorado. Me lo dijo Eduardo Nicol.
Al finalizar el curso el maestro Padilla me pidió que fuera su adjunto (toda una distinción). Enseguida, devoramos las casi 1,000 páginas de La investigación científica. En 1973 un grupo de cinco jóvenes inquietos (Arechavala, Frost, García de la Sienra, Rolleri y yo) decidimos publicar Teoría. Revista de los Estudiantes de Filosofía, la primera de su género, al menos en América Latina. Para el primer número, el ilustre poeta y filósofo Ramón Xirau nos obsequió la presentación. Carlos Pereyra nos apoyó con un artículo. Yo me ofrecí a traducir un ensayo de Bunge sobre el significado en la ciencia. Le escribí por correo solicitando su autorización para publicarla. Se acercaba el cierre del número para su impresión y la respuesta de Bunge no llegaba (le escribí otras dos veces). Por fin llegó: “Por tercera vez, le digo que sí”. Me pidió que lo buscara en septiembre de 1994. Vino a concertar el año sabático que pasaría en México. Fue muy gratificante el encuentro con él, al cual convidé a Hugo Padilla y a mis cuatro cómplices de la revista. Durante la conversación, Bunge me invitó a que fuera su adjunto en el seminario de filosofía exacta científica que dirigiría en el posgrado de filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, como parte de sus compromisos académicos.
Estar cerca de un gran hombre sabio incita el anhelo de aprender. Nos enseñó el contenido de su próximo libro: Ontología, el tercer tomo de su Treatise on Basic Philosophy. La interacción con el profesor Bunge, yo como adjunto, implicó la oportunidad de conversar acerca de temas filosóficos y de convivir con él fuera del aula, en su cubículo del Instituto de Investigaciones Filosóficas.
Posteriormente recibí otra invitación de Bunge, que fue aprobada por el dean, para irme con él a la Universidad de McGill a terminar mi maestría en filosofía. La decisión era compleja, por el discipulado de Hugo Padilla, a quien acompañé durante dos décadas en sus investigaciones sobre lógica y filosofía de la ciencia. Cuando Bunge venía a la Ciudad de México yo lo buscaba y convivía con él. Me reconocía perfectamente. Siempre pensó que me iba a alejar de la filosofía, lo cual nunca se ha cumplido. Para mí la filosofía, siguiendo su ejemplo, es una manera de vivir.
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